lunes, 27 de marzo de 2017

Espíritu y Cuerpo

Espíritu y Cuerpo

















































domingo, 12 de marzo de 2017






EL FRACASO DE LA FILOSOFÍA INCOMPRENSIBLE








Por la traduccion Ana Azanza 

Richard David Precht habla del presente: «La Filosofía tiene por
delante una nueva edad de oro»

Claudia Mäder
Entrevista 19.11.2016
El filósofo alemán Richard David Precht sondea la delgada
línea entre el sentido profundo y el débil y explica para qué sirve la
reflexión sobre la vida en tiempos de crisis.
«Philosophie heisst, dem Leben einen Sinn geben.» - David Precht Philosoph, Talkshow-Gast, Dozent und Bestsellerautor (Bild: PD)


«Filosofía
significa dar un sentido a la vida.» - David Precht

Filósofo, presentador, profesor

y autor de bestsellers (Imagen: PD)

 


viernes, 30 de diciembre de 2016






ZEN Y FILOSOFÍA



(En memoria de Umberto Eco, 1932-2016)

Introducción

En una sobresaliente disertación de 1959, reeditada en 1962 en Obra abierta, Umberto Eco examina las relaciones entre el Zen y el Occidente. El impacto de esta mística oriental en la Usamérica de la beat generation,
la influencia del magisterio del maestro Daisetz Teitaro Suzuki. Eco
ensaya explicar por qué el Zen y por qué en esos momentos tuvo tan gran
predicamento en Norteamérica y Europa, o sea los elementos del Zen que
han podido fascinar a los occidentales.



El Zen es una actitud fundamentalmente antiintelectual, de
elemental y decidida aceptación de la vida en su inmediatez, en su libre
fluir, en su positiva discontinuidad. En esta categoría de la discontinuidad
halla una cierta clave, pues la cultura occidental moderna ha destruido
definitivamente los conceptos clásicos de continuidad, de ley
universal, de relación causal y previsibilidad de los fenómenos. En
general, la filosofía occidental ha renunciado a elaborar metafísicas (a
no ser que tomemos cosmologías como la del big bang por tales),
prescindimos de módulos definitivos que expliquen el mundo. La discontinuidad
irradia en conceptos como ambigüedad, inseguridad, incertidumbre, azar,
probabilidad... Tras la teoría general de la relatividad y los
descubrimientos de la física cuántica, la conciencia de un universo
ordenado e inmutable con un tiempo y espacio únicos no es ya más que una
nostalgia.



El Zen venía precisamente aceptando la mutabilidad indefinible, la
fugacidad paradójica de los acontecimientos y hallaba además en la
aceptación del no sentido lógico del mundo la máxima sabiduría y
la iluminación final. La divinidad está precisamente en la inabarcable
multiplicidad de todas las cosas y la beatitud consiste en aceptar esta
diversidad, viendo en cada criatura, en cada hecho, la inmensidad
intelectualmente inabarcable del todo.



Beat Zen & Square Zen


El "pienso luego existo" cartesiano es sustituido así por la técnica del
“sitting”, largos ratos de meditación silenciosa controlando la
respiración y anonadando la conciencia: “Respiro, sin embargo existo”.
Naturalismo, conformismo oriental, vaciamiento de la mente,
consideración sustantiva del espacio vacío… Sin duda el Zen importaba
una estilística, una estética, una nueva Locura Santa -como dice Jack
Kerouac- sin abstracciones ni explicaciones, una poética tipificada en
el haiku, es decir en la contemplación directa del milagro del
suceso cotidiano, y una plástica que huye de la simetría y en la que
predomina la mancha sobre la línea, una iconografía informalista y
abierta.



Eco percibe ciertas analogías entre la estética zen y el arte de Pollock
o la desorganización musical de John Cage, sacerdote de lo casual y
cuya dialéctica zen le parece perfectamente ortodoxa, aunque a muchos,
con sus mezclas horrísonas, no les parezca más que un payaso capaz de
explotar en beneficio propio la imbelicidad de las masas y la
complacencia de los mass media. Pero el humorismo evasivo de Cage es también consistente con el humorismo de muchos maestros budistas, humorismo ante el no sentido de la existencia y la no solución de un koan, esa adivinanza que derrota a la inteligencia y pone al discípulo en el camino de la verdadera luz. 


Rama de bambú (f.: J. Biedma L.)


Puede que algunos beatnicks, amigos de las experiencias místicas
propiciadas por drogas psicodélicas, escogieran el zen como
justificación de su libertinaje y de una hasta cierto punto cómoda y
famosa marginalidad (valga la paradoja), igual que los biliosos de medio
siglo antes habían elegido el superhombre nietzscheano como bandera de
su intemperancia. Ruth Fuller Sasaki, sacerdotisa zen, criticó el Beat Zen, a favor de la disciplina del Square Zen,
señalando que el Zen no es un culto, sino más bien una ascética
vitalicia que nada tiene que ver con una legitimación fideísta del
anarquismo individualista que busca experiencias mágicas al margen de
las convenciones sociales o evandiéndose de ellas.



Zen y vanguardias

A este lado del charco no es de extrañar que ciertos motivos del Zen
hayan congeniado con las vanguardias artísticas, con la gimnasia
surrealista, con la provocación dadá, con el nihilismo y el
fragmentarismo postmoderno, con el auge del automatismo supuestamente
creativo, o con el naturalismo hippy o ecologista. En un mundo que, tras
la segunda guerra mundial, estaba muy inclinado a aceptar con una culta
y maligna satisfacción los atentados a la lógica (¿no se habían
efectuado crímenes horrendos con la complicidad de los intelectuales y
en nombre de la ciencia?).
Con su teatro del absurdo, Ionesco, Beckett, han sido maestros de esta
tendencia. Pero, al contrario que el Zen, las obras de estos
dramaturgos, como las de Camus o Sartre, respiran angustia existencial,
mientras que el zen busca paz y serenidad en la aceptación del absurdo.



Zen terapéutico

Jung se interesó por los estudios de Suzuki, y esta aceptación serena de
la absurdidad de la existencia, resolviendo el no-sentido de la vida en
una contemplación emocionante de su milagro o de su insondable fondo
divino, puede parecer una vía de sublimación apropiada para las neurosis
de nuestro tiempo. De ahí que muchos psicoanalistas incorporen las
técnicas de meditación zen como una parte de su programa terapéutico.



Wittgenstein y el Zen

Eco también se refiere a la analogía entre la filosofía del último
Heidegger y el Zen. Y más detalladamente a los puntos de contacto entre
este y la filosofía de Wittgenstein. En su ensayo Zen and the Work of Wittgenstein, Paul Wienpahl observa:


“Wittgenstein ha llegado a un estado espiritual semejante al que los maestros del Zen llaman satori, y ha elaborado un método educativo que parece el método de los mundo y de los koan”.


No deja de ser sorprendente hallar concomitancias entre el Zen y el neopositivismo lógico,
pero hemos de recordar que se da en Wittgenstein la renuncia a la
filosofía como explicación total del mundo. La primacía se le concede en
el Tractatus al hecho atómico, puntual, en cuanto irrelato. El
método científico se reduce a una descripción lógicamente correcta de
dichos hechos puntuales. Las expresiones lingüísticas ni interpretan, ni
comprenden, ni explican el hecho, únicamente lo “muestran”, indican,
reproducen reflexivamente sus conexiones.


Eco de compuesta (f.: J. Biedma L.)
Para Wittgenstein lo que hay en común entre la proposición y el hecho no puede decirse, sólo mostrarse:

“Las oraciones pueden representar toda la realidad, pero no pueden
representar lo que deben tener en común con ella para poderla
representar: la forma lógica. Para poder representar la forma lógica
deberíamos ser capaces de colocarnos, al mismo tiempo que las oraciones,
fuera de la lógica, es decir, fuera del mundo” (4.12).


Precisamente en ese negarse a salir del mundo para congelarlo en
explicaciones se justifica la principal referencia del primer
Wittgenstein al Zen. Su apelación al silencio y a lo místico es ya un
filosofema: “lo que puede mostrarse no puede decirse” (4.1212). La frase
parece un koan. No es de extrañar que tanto el estilo como las afirmaciones del Tractatus hayan impresionado también a los budistas:



“El mundo es todo lo que ocurre. Las principales proposiciones y
problemas que se han planteado acerca de temas filosóficos no son
falsos, pero carecen de sentido… Existe en verdad lo inexpresable. Ello
se muestra; es lo místico” (6.44, 6.52). 
Discontinuidad, asimetría, espacio vacío..., valores estéticos del Zen
La idea que expresa Wittgenstein en 6.54 de abandonar la escala de su
lógica tras haberla subido para luego ver el mundo en una toma directa,
para la cual las palabras no son sino un obstáculo, eso es el satori
de Wittgenstein: “De lo que no se puede hablar, se debe callar”. Fin de
la reflexión sobre la vida. ¡A vivirla! Hora de la acción. Y
Wittgenstein abandona la academia para hacerse jardinero, enfermero,
arquitecto, maestro… Es decir, escoge la experiencia contra la ciencia. 


Wienpahl considera que el filósofo austriaco escogió un apartamiento en el que los problemas filosóficos en lugar de quedar resueltos quedaban disueltos.
No obstante, para el primer Wittgenstein las proposiciones lógicas sí
describen la estructura del mundo (6.124). Pero son tautológicas, no
niegan los hechos, los describen, pero no nos dicen qué significan ni
cuál es su sentido. Es la paradoja de una inteligencia derrotada, una
inteligencia que Wittgenstein desecha después de haberla usado con una
profundidad lógica sin parangón. Quedan abiertos los caminos de la
ciencia natural, pero no parece ser que sea eso lo que Wittgenstein
busca...



Wienpahl encuentra incluso analogías más expresivas con el Zen en las Investigaciones filosóficas del
segundo Wittgenstein, particularmente en la tarea de la filosofía como
una “lucha contra la fascinación que ejercen las formas de
representación”. Un positivismo terapéutico que conduce a la filosofía a
desvanecerse en un silencio místico.



A Eco le parece indudable que Wittgenstein pertenece a la gran tradición
mística germánica, alineado con los que hallan el éxtasis en el abismo y
el silencio, desde Eckhart a Suso y a Ruysbroek. El momento místico del
consciente abandono de la inteligencia clasificadora es un momento
recurrente en la historia de todas las culturas, si bien en el
pensamiento oriental ha sido más constante.


Estanque de jardín malagueño (f.: J. Biedma)

Conclusión

Pero en el Zen la repulsa al saber objetivo a favor de una experiencia
directa de las cosas (que también tiene su correlato fenomenológico en
la epojé de Husserl) no implica ninguna repulsa hacia la vida,
sino más bien una invitación a vivirla más intensamente, sin la
mediación fría del cálculo, una valoración de la actividad práctica como
condensación en un gesto descrito con amor, una llamada a la
simplicidad del enlace con las cosas mismas (muy alejado por tanto de la
virtualidad con que hoy nos relacionamos con ellas a través del link tecnológico).


Comprendemos que el Zen haya fascinado a Occidente, pero otra cosa es
pensar que pueda ser absolutamente válido su mensaje para el hombre
occidental. Sobre ello Eco abrigaba amplísimas reservas con sólidos
motivos. Porque lo propio del hombre occidental no es la mera aceptación
de la vida, sino su reconstrucción de acuerdo a una orientación deseada
por la inteligencia. El momento contemplativo tiene su valor, sin duda,
pero también el dominio de la naturaleza o, por decirlo más en
concreto, la conversión de la selva en jardín.


Bien es verdad que hemos aprendido que el azar domina el mundo
subatómico, que la incertidumbre y al probabilidad han sustituido a la
certeza y la seguridad en el análisis fino de la realidad. Pero
incertidumbre, indeterminación, azar y probabilidad son también
propiedades objetivas del mundo físico. Por otra parte, sería penoso que
la conciencia crítica hallase en el Zen o en otras menos finas, menos
estéticas y elaboradas religiones y prácticas orientales, un sucedáneo
mágico o mitológico que impida a la inteligencia distinguir formas y
descubrir o inventar orden y sentido. 
Puede parecernos absurdo el mundo a veces, pero es indudable que en él
hay también inteligencia, nosotros no somos la única prueba, aunque la
búsqueda de sentido sea sin término. 
Scabiosa stellata

jueves, 29 de diciembre de 2016






Don Quijote desencantado.


"No deseo más, y encantos afuera y Dios ayude a la razón y a la verdad"
Don Quijote de la Mancha (II, 17)




El Quijote cuenta
la historia de un hidalgo aficionado a leer libros de caballerías que se vuelve
loco y teniéndose por un caballero andante semejante a los de los libros que
lee sale tres veces de su aldea en busca de aventuras, hasta que obligado mediante
engaños por quienes le quieren bien, regresa a casa, recupera el juicio,
maldice los libros de caballería y muere. Pero cuenta también, al mismo tiempo,
la historia de un libro que está haciéndose y que inaugura un nuevo género literario:
la novela moderna
. Emilio
Lledó afirma que Cervantes anticipó la filosofía subjetivista de
Descartes, dramatizándola; podría decirse también que se anticipó a
Kant: Cervantes nos pide que seamos críticos, que tengamos finura en el
análisis, reflexión, distanciamiento.
 En
la Modernidad desencantada debemos atrevernos a leer, obrar y pensar de
forma autónoma, pero nunca dogmáticamente como Don Quijote.





martes, 27 de diciembre de 2016






UNA PSIQUIATRÍA NACIONAL








UNA PSIQUIATRÍA NACIONAL
Ana Azanza
He tenido la oportunidad de escuchar en vivo al psiquiatra
giennense Enrique González Duro. Había oído hablar de él en Jaén a algunas
personas del gremio “psi” y hace tiempo leí su Biografía de Franco así como su Biografía
del miedo
.
Nacido en Laguardia, hijo de un médico, fue un niño enfermo
que no acudió a la escuela y aprendió a leer en casa donde se aficionó a la
lectura. Era un chiquillo despierto que ya entonces observó “cosas raras” que
ocurrían en la posguerra española y a las que nadie daba explicación. Uno de
esos sucesos inexplicables lo presenció un buen día en plena plaza de la Audiencia. Se trataba de un
desfile o procesión de mujeres mal vestidas y nauseabundas con el pelo cortado
al rape, iban sucias porque se les había dado aceite de ricino que como se sabe
tiene un efecto laxante. Los chiquillos de Jaén las perseguían haciendo mofa:
“¡Pelonas! ¡Pelonas!”. Espectáculo dantesco. Preguntó en casa y obtuvo la
callada por respuesta.
 Resultado de imagen de los psiquiatras de Franco
Pensó que sería un fenómeno propio de su ciudad natal pero
con el tiempo descubrió que las pelonas fue un invento de la represión
franquista contras las mujeres de los republicanos. El pelado se inventó aquí,
el hacer beber aceite de ricino venía de Italia. Y parecido escarnio sufrirían
en Francia tras la
Liberación las mujeres novias de nazis.
Un episodio notable en la vida de Enrique González Duro fue
su intento de renovación del manicomio de Jaén. En 1981 fue llamado por la Diputación para dirigir
dicho establecimiento y en 1983 tras muchas y variadas peripecias que ha
contado por lo menudo en sus Memorias de
un manicomio
fue despedido. Los políticos querían cambio pero no tanto
cambio y no ese cambio.
 Resultado de imagen de enrique gonzález duro
La charla que impartió en la Universidad de Jaén
duró poco más de hora y media, se me hizo corta. El contenido lo he desgranado
en otro lugar, yo, al menos, hubiera seguido allí las horas que hiciera falta.
Tocó tantos temas interesantes de los que habló con conocimiento de causa que
lamento haberlo conocido de forma tan breve y somera.
En su libro Los
psiquiatras de Franco. Los rojos no estaban locos
además de explicar cómo
fue la lucha por el poder de los psiquiatras que quedaron adeptos al régimen
tras la catástrofe de 1936 a
1939, expone los intentos de llevar a cabo una “psiquiatría nacional” de los
prohombres de la disciplina entonces: López Ibor, Vallejo Nágera y Marco
Merenciano.
Las truculencias son muchas en esta historia. Abreviando,
consta que Marco Merenciano denunció a su maestro el sabio catedrático de la
universidad de Valencia Juan Peset y efectivamente consiguió que lo ejecutaran
en 1940. Merenciano ocupó su cátedra.
De acuerdo con la ideología franquista había que poner en
marcha una auténtica psiquiatría nacional, para ello los psiquiatras
mencionados contaban con una voluntad española, una tenacidad ignaciana y un
lenguaje español del alma. Los patrióticos médicos prescindían de ideas
extranjerizantes y disolventes del auténtico espíritu. Quisieron encontrar
términos de verdadera naturaleza hispánica, encontraron pocas y no pudieron ir
muy lejos con gana, desgana, gracia, desgracia….etc.
Muchos pacientes de la posguerra no querían o no podía
expresar su sufrimiento de guerra y posguerra, sobre todo si formaban parte de la España derrotada. De modo
que los psiquiatras se tenían que limitar a traducir concepciones extranjeras
sin reflexionar sobre lo observado, vivido y padecido en el solar patrio. De
usaban muchos textos traducidos de la psiquiatría alemana y todos los
practicantes de esta disciplina eran germanófilos.
La construcción de una psiquiatría nacional era poco menos
que imposible, partiendo de cero, sin metodología, sin investigación
rigurosamente científica. Se teorizaba mal. Hubo intentos de exhumar la obra de
Llull, Arnaldo de Vilanova, Luis Vives, Ignacio de Loyola…buscando los
fundamentos de una antropología hispánica. Pero no había seriedad en el
intento, puesto que se cerraba los ojos a la dura realidad del presente.
La contradicción estaba servida: se pretendía una ciencia
autóctona pero los españoles se limitaban a reflejar las teorías de sus colegas
alemanes de la época. Se traducían las obras con extensas introducciones de los
médicos españoles, que pretendían aclarar y corregir los “errores doctrinales”.
V. von Weizsäcker fue un psiquiatra admirado que defendía que el pecado podía
influir en determinadas enfermedades psíquicas. Tanto Marco Merenciano como
López Ibor se unieron a la explicación de la enfermedad psi en la “naturaleza
caída”, de ahí la conveniencia de que el psiquiatra fuera cristiano y católico.
Se habló de una psicoterapia nacional para convertir al
individuo enfermo y hacerlo apto para que la filosofía y la religión lo
encaminasen hacia superiores valores. Esta psicoterapia se presentaba como
alternativa al psicoanálisis, al que se estimaba sospechoso por “manosear la
cuestión del sexo a propósito de todo”. El pueblo español era católico en su
mayoría y no debía exponerse a esas desviaciones.
El psicoanálisis que daba importancia a las pulsiones
inconscientes era inasimilable por una psicoterapia nacional basada en el eje
diamantino del hombre español. López Ibor mantenía que el hombre español debía
olvidarse de sus pulsiones, de sus necesidades materiales e instintivas,
reprimiendo las fuerzas del inconsciente demoníacas y revolucionarias. El inconsciente
es inabordable por un psiquiatra del orden franquista.
Entre las terapias no freudianas admitidas estaban las de
Jung, Adler, Künkel, Allers…herejes del freudismo que habían desexualizado el
psicoanálisis.
El objetivo de las terapias de posguerra era adaptar el
individuo al orden social vigente. El psiquiatra Sarró fue el que más se empeñó
en una psicoterapia española. Se preguntaba ¿Cura la verdad o cura el amor
sobre sí mismo?La misión del médico era ayudar al enfermo en cuanto a su salud
no a la verdad. En los casos en los que la curación pudiera obtenerse mediante
pequeñas intervenciones psicoterapéuticas externas no había razón para llevar
más lejos el proceso de clarificación interna de la personalidad.
En los casos más graves había que ir más a fondo. “¿Hemos de
reconocernos como sexualidad, como ambición más o menos frustrada o como
cosmovisiones del arquetipo? ¿y por qué no como el camino del alma hacia Dios
del que nos aleja el pecado y nos acerca la gracia, o como cristiano que
necesariamente cae y se levanta ante la faz divina?”
La interpretación teológica era pues la más adecuada. El
sacerdote podía estar más capacitado que el médico, la psicoterapia española se
aproximaba peligrosamente a la “cura de almas”.
La cura psicoterapéutica tenía que dar al hombre enfermo una
dirección sana para su vida, por ello tenía que ver con la espiritualización,
con la elevación metafísica del hombre enfermo. Incluso durante la cura había
instantes de íntima comunión religiosa, el enfermo descubría la inmortalidad de
su alma, a imagen de las Siete moradas y el Camino de Perfección de santa
Teresa. El enfermo español aunque no fuera católico tenía que recurrir a un
facultativo católico, porque el español es religioso por definición y el médico
tenía una “gracia profesional”.
La psicología española fue adquiriendo tintes religiosos,
tratando de lograr la mayo compenetración religiosa e ideológica entre el
médico y el paciente que juntos debían buscar un mayor acercamiento a Dios. Era
preciso encontrar un lenguaje psiquiátrico nuevo, el “camino del ser”,
prescindiendo de la “transferencia freudiana”.
Qusieron buscar la fuente española de la psiquiatría antes
del positivismo y hubo pocos hallazgos. El entusiasmo por la psicoterapia
nacional se fue apagando poco a poco.
Brillantez no faltó en la literatura psiquiátrica española
de la época, pero no fue operativa literatura. Todo se quedó en mera retórica
sin repercusión en la práctica clínica. La psiquiatría entonces dominante nunca
creyó que la psicoterapia curase. Si acaso la psicoterapia servía para
favorecer la captación de clientes, al que había que dejar satisfecho en su
“transacción” con el médico, lo que por supuesto no era preciso con los
pacientes de la beneficencia que poblaban los manicomios en manos de las
Diputaciones provinciales.
En la consulta privada hacía falta cierta psicoterapia para
explicarle al paciente sus padecimientos, no hacía falta que la explicación
fuera verdadera. Incluso una vez “curado” el paciente necesitaba que el médico
le orientara en su futuro. Es decir, que el paciente tenía que volver con más
frecuencia a la consulta. Igual que cuando se padece una enfermedad crónica o
incurable, así el enfermo se concienciaba de su situación vital, aceptaba su
destino y soltaba la pasta. En este sentido cualquier psicoterapia valía, desde
la persuasión, la sugestión o la “palmadita en la espalda”. La auténtica
intimidad del enfermo permanecía incognoscible e inalterada. Bastaba una buena
placa en el portal y un buen caché para que el médico se ganara la confianza
del paciente por su prestigio.
No he podido evitar pensar en dos personas a las que considero estafadas
por la “psiquiatría nacional”. Muchos años después de la posguerra estos
planteamientos seguían en boga en España, mi pensamiento se dirige a dos
mujeres ya fallecidas que padecieron lo suyo y por motivos distintos a manos de
psiquiatras espiritualistas de este estilo cuyas consultas costaban un riñón y
que no curaban, la enferma se convertía en cliente. Mi propia madre fue víctima
de una médico numeraria de esta escuela, tuve ocasión de vivirlo en directo. Y
mi amiga Isabel Caballero, paciente que nunca fue de Enrique Rojas, psiquiatra
de postín con consulta en Serrano, autor de best sellers y un fraude de los
pies a la cabeza, pero que goza del beneplácito del poder establecido

lunes, 21 de noviembre de 2016






LA MEDICINA ES UN ARTE








Ana Azanza
Siempre me había intrigado el hecho de que Aristóteles
considerara que la medicina era un arte, más bien parece una ciencia. Pero a
raíz de esta charla de Michel Onfray en un congreso de médicos creo haber
comprendido el motivo de la clasificación aristotélica de la medicina entre las
tekné, al lado de la carpintería o la
escultura.

sábado, 5 de noviembre de 2016






CUERPO Y ALMA DEL ANIMAL








Ana Azanza



Con respecto al cuerpo y al alma cada vez nos hacemos más preguntas sobre nuestros amigos los animales.
Aumenta el número de personas que no consumen carne e incluso ni siquiera huevos  u otros productos procedentes del animal. 

sábado, 8 de octubre de 2016






MIEDO A LA SOLEDAD


   
                
“Era la playa metafísica de las grandes soledades. Allí la
arena se mezclaba al polvo siniestro del cemento y de todo lo torpe, hasta
formar un plano de infinita desdicha. El mar era sólo una espesa materia
corporal simulando el movimiento de las olas, y la luna una mancha de
empobrecidos grises”
                                       Rafael Pérez Estrada. Los
oficios del sueño
, Madrid, 1992.
Quizá no haya un miedo tan general, cerval y tan traicionero
para la especie humana como el miedo a la soledad. De cómo se trenza con el
miedo a la libertad tal vez dé cuenta el popular libro de Erich Fromm. No lo
recuerdo.
La celda de aislamiento es el peor castigo para el castigado,
la más temible prisión para el preso. La soledad conduce a la locura y
Robinson Crusoe perdería por completo la razón si no fuera por la
compañía de Viernes. Y esto, a pesar de la
necesidad que todos tenemos de soledad y recogimiento, la necesidad
visceral y
mental de estar solos de vez en cuando, de reservar y conservar una
intimidad. Tu
corazón –decía Balzac- es un tesoro, vacíalo de golpe y quedarás
arruinado. Elegir
vivir solo un tiempo está bien. Muchos rituales de tránsito de diversas
culturas así lo imponen. Pero no poder sino estar solo continuamente es
un
infierno.










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