viernes, 31 de marzo de 2017

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INSTRUCCIÓN GENERAL DEL MISAL ROMANO

PROEMIO

1. Cuando iba a
celebrar con sus discípulos la Cena pascual, en la cual instituyó el
sacrificio de su Cuerpo y de su Sangre, Cristo el Señor, mandó preparar
una sala grande, ya dispuesta (Lc 22, 12). La Iglesia ha
considerado siempre que a ella le corresponde el mandato de establecer
las normas relativas a la disposición de las personas, de los lugares,
de los ritos y de los textos para la celebración de la Eucaristía. Tanto
las normas actuales, que han sido promulgadas con base en la autoridad
del Concilio Ecuménico Vaticano II, como el nuevo Misal que la Iglesia
de rito Romano en adelante empleará para la celebración de la Misa,
constituyen un argumento más acerca de la solicitud de la Iglesia, de su
fe y de su amor inalterable para con el sublime misterio eucarístico, y
testifican su tradición continua e ininterrumpida, aunque se hagan
algunas innovaciones.

Testimonio de fe inalterada
2. La naturaleza sacrificial de la Misa afirmada solemnemente por el Concilio Tridentino1,
en armonía con la tradición universal de la Iglesia, ha sido expresada
nuevamente por el Concilio Vaticano II, al pronunciar estas
significativas palabras acerca de la Misa: «Nuestro Salvador, en la
Última Cena, instituyó el sacrificio eucarístico de su Cuerpo y de su
Sangre, con el cual iba a perpetuar por los siglos, hasta su retorno, el
sacrificio de la cruz y a confiar así a su Esposa, la Iglesia, el
memorial de su muerte y resurrección».2
Lo que así fue enseñado por el Concilio está
sobriamente expresado por fórmulas de la Misa. Así lo pone ya de relieve
la expresión del Sacramentario llamado Leoniano: «cuantas veces se
celebra el memorial de este sacrificio se realiza la obra de nuestra
redención».3
Esto se encuentra acertada y cuidadosamente expresado en las Plegarias
Eucarísticas; pues en éstas el sacerdote, al hacer la anámnesis, se
dirige a Dios en nombre también de todo el pueblo, le da gracias y le
ofrece el sacrificio vivo y santo, es decir, la ofrenda de la Iglesia y
la víctima por cuya inmolación el mismo Dios quiso devolvernos su
amistad4; y ora para que el Cuerpo y la Sangre de Cristo sean sacrificio agradable al Padre y salvación para todo el mundo.5
De este modo, en el nuevo Misal, la norma de la oración (lex orandi) de la Iglesia responde a la norma perenne de la fe (lex credendi),
por la cual, somos amonestados, a saber, que el sacrificio, excepto por
la forma distinta como se ofrece, es uno e igual en cuanto sacrificio
de la cruz y en cuanto a su renovación sacramental en la Misa. Y es el
mismo sacrificio que Cristo, el Señor, instituyó en la última cena y que
mandó celebrar a los apóstoles en conmemoración suya, por lo cual la
Misa es al mismo tiempo sacrificio de alabanza, de acción de gracias,
propiciatorio y satisfactorio.
3. También el
admirable misterio de la presencia real del Señor bajo las especies
eucarísticas, confirmado por el Concilio Vaticano II6 y por otros documentos del Magisterio de la Iglesia7, en el mismo sentido y con la misma autoridad con los cuales el Concilio de Trento lo había declarado materia de fe,8
es manifestado en la celebración de la Misa, no sólo por las palabras
de la consagración, por las cuales, Cristo, por la transubstanciación,
se hace presente, sino también por la disposición de ánimo y la
manifestación de suma reverencia y adoración que tienen lugar en la
Liturgia Eucarística. Por esta misma razón se exhorta al pueblo
cristiano a que el Jueves Santo en la Cena del Señor y en la Solemnidad
del Santísimo Cuerpo y de la Santísima Sangre de Cristo, honre con
peculiar culto de adoración este admirable Sacramento.
4. En verdad, la
naturaleza del sacerdocio ministerial propia del obispo y del
presbítero, quienes en la persona de Cristo ofrecen el sacrificio y
presiden la asamblea del pueblo santo, resplandece en la forma del mismo
rito, por la preeminencia del lugar reservado y por el ministerio mismo
del sacerdote. Más aún, el contenido de este ministerio está expresado y
es explicado clara y ampliamente por la acción de gracias de la Misa
Crismal del Jueves santo, día en que se conmemora la institución del
sacerdocio. En ese prefacio se explica la transmisión de la potestad
sacerdotal llevada a cabo por la imposición de las manos; y se menciona
la misma potestad, refiriéndola a los ministerios ordenados, como
continuación de la potestad de Cristo, Sumo Pontífice del Nuevo
Testamento.
5. Pero, en la
naturaleza del sacerdocio ministerial se manifiesta otra realidad de
gran importancia, a saber, el sacerdocio real de los fieles, cuyo
sacrificio espiritual es consumado por el ministerio del Obispo y de los
presbíteros en unión con el sacrificio de Cristo, único Mediador.9
En efecto, la celebración de la Eucaristía es acción de la Iglesia
universal; y en ella cada uno hará todo y sólo lo que le pertenece
conforme al grado que tiene en el pueblo de Dios. De aquí la necesidad
de prestar particular atención a determinados aspectos de la
celebración, a los cuales, algunas veces, en el decurso de los siglos se
prestó menos cuidado. Porque este pueblo es el pueblo de Dios,
adquirido por la Sangre de Cristo, congregado por el Señor, alimentado
con su Palabra; pueblo llamado a elevar a Dios las peticiones de toda la
familia humana; pueblo que, en Cristo, da gracias por el misterio de la
salvación ofreciendo su sacrificio; pueblo, por último, que por la
Comunión del Cuerpo y de la Sangre de Cristo se consolida en la unidad.
Este pueblo, aunque es santo por su origen, sin embargo, crece
continuamente en santidad por su participación consciente, activa y
fructuosa en el misterio eucarístico.10

Manifestación de una tradición ininterrumpida
6. Al dar a conocer
las normas que deben seguirse en la revisión del Ordinario de la Misa,
el Concilio Vaticano II mandó, entre otras cosas, que algunos ritos
“fueran restablecidos de acuerdo con la primitiva norma de los Santos
Padres”,11
usando, a saber, las mismas palabras que san Pío V escribió en la
Constitución Apostólica “Quo primum”, con la cual fue promulgado, en
1570, el Misal Tridentino. Ciertamente, por esta misma conformidad de
las palabras, se puede señalar por qué razón ambos Misales romanos,
aunque entre ellos medie una distancia de cuatro siglos, recogen una
misma e idéntica tradición. Pero si se examinan los elementos internos
de esta tradición, se entiende cuán acertada y felizmente el primero es
completado por el segundo.
7. En los momentos
difíciles, en los que ciertamente se ponía en crisis la fe católica
acerca de la naturaleza sacrificial de la Misa, acerca del sacerdocio
ministerial y de la presencia real y permanente de Cristo bajo las
especies eucarísticas, San Pío V se vio obligado ante todo a
salvaguardar la tradición más reciente, atacada sin verdadera razón y,
por este motivo, sólo se introdujeron cambios mínimos en el rito
sagrado. Ciertamente, el Misal del año 1570 se diferencia apenas muy
poco del primero de todos, Misal que apareció impreso en 1474, el cual, a
su vez, reproduce fielmente el Misal de la época de Inocencio III. Se
dio el caso, además, que los Códices de la Biblioteca Vaticana sirvieron
para corregir algunas expresiones, pero esta investigación de “antiguos
y probados autores” se redujo a los comentarios litúrgicos de la Edad
Media.
8. Hoy, en cambio,
aquella “norma de los Santos Padres”, que seguían los correctores del
Misal de San Pío V, fue enriquecida con innumerables escritos de
eruditos. Al Sacramentario Gregoriano, editado por primera vez en 1571,
siguieron los antiguos sacramentarios romanos y ambrosianos, repetidas
veces editados con sentido crítico, así como los antiguos libros
litúrgicos de España y de las Galias, que han aportado muchísimas
oraciones de gran belleza espiritual, ignoradas anteriormente.
Hoy, tras el hallazgo de tantos documentos
litúrgicos, se conocen mejor las tradiciones de los primeros siglos,
anteriores a la constitución de los Ritos de Oriente y de Occidente.
Además, con el progreso de los estudios de los Santos
Padres, la teología del misterio eucarístico ha recibido nueva luz por
la doctrina de los más eminentes Padres de la antigüedad cristiana como
San Ireneo, San Ambrosio, San Cirilo de Jerusalén, San Juan Crisóstomo.
9. Por eso, la “norma
de los Santos Padres” pide, no sólo que se conserven aquellas cosas que
nuestros inmediatos predecesores nos transmitieron, sino que también se
abarque y se estudie profundamente todo el pasado de la Iglesia y todas
las formas de expresión con las que la fe única se ha manifestado en
contextos humanos y culturales tan diferentes entre sí, como pueden ser
los correspondientes a las regiones semitas, griegas y latinas. Esta
perspectiva más amplia, nos permite ver cómo el Espíritu Santo suscita
en el pueblo de Dios una maravillosa fidelidad en la conservación
inmutable del depósito de la fe, aunque haya tanta variedad de ritos y
oraciones.

Acomodación al nuevo estado de cosas
10. El nuevo Misal,
entonces, mientras testifica la ley de la oración de la Iglesia romana y
protege el depósito de la fe transmitido por los últimos Concilios,
supone a su vez, un paso importantísimo en la tradición litúrgica.
Pues cuando los Padres del Concilio Vaticano II
reiteraron las aseveraciones dogmáticas del Concilio Tridentino,
hablaron en una época muy distinta, y por esta razón pudieron aportar
sugerencias y orientaciones pastorales totalmente imprevisibles hace
cuatro siglos.
11. El Concilio
Tridentino ya había reconocido el gran valor catequético contenido en la
celebración de la Misa, pero no le fue posible deducir todas las
consecuencias prácticas. De hecho, muchos solicitaban que se permitiera
el uso de la lengua vernácula en la celebración del sacrificio
eucarístico. Pero el Concilio, teniendo en cuenta las circunstancias que
se daban en aquellos momentos, juzgó que era su deber inculcar
nuevamente la doctrina tradicional de la Iglesia, según la cual el
sacrificio eucarístico es, ante todo, acción de Cristo mismo, del cual,
por tanto, no se ve afectada su eficacia propia por el modo como de él
participan los fieles. En consecuencia, se expresó con estas palabras, a
la vez firmes y moderadas: “Aunque la Misa contiene gran materia de
instrucción para el pueblo fiel, sin embargo, no pareció conveniente a
los Padres que, como norma general, se celebrara en lengua vernácula”.12
Y declaró que debía ser condenado quien juzgara que “debe reprobarse el
rito de la Iglesia romana por el que se pronuncia en voz baja la parte
del Canon y las palabras de la consagración, o que la Misa deba ser
celebrada sólo en lengua vulgar”13.
Sin embargo, si por una parte prohibió el uso de la lengua vernácula en
la Misa, por otra parte, mandaba que los pastores de almas lo suplieran
con una conveniente catequesis: “para que las ovejas de Cristo no
padezcan hambre... el santo Sínodo manda a los pastores y a cuantos
tienen cura de almas que frecuentemente en la celebración de la Misa,
por sí mismos, o por medio de otros, expliquen algo de lo que se lee en
la Misa, y que, por lo demás, expliquen algún misterio de este santísimo
sacrificio, principalmente en los domingos y en los días festivos”.14
12. Por eso, el
Concilio Vaticano II, congregado para adaptar la Iglesia a las
necesidades de su oficio apostólico en estos tiempos, miró
profundamente, como lo hizo el Concilio de Trento, el carácter
didascálico y pastoral de la sagrada Liturgia.15
Y aunque ningún católico niega la legitimidad y eficacia del sagrado
rito celebrado en latín, también pudo conceder que: “En no pocas
ocasiones el empleo de la lengua y vernácula puede ser de gran utilidad
para el pueblo”, y autorizó su uso.16
El ardiente interés con que fue acogido en todas partes este decreto
hizo que, bajo la dirección de los Obispos y de la misma Sede
Apostólica, se permitiera el uso de la lengua vernácula en todas las
celebraciones con participación del pueblo, con lo cual se entiende más
plenamente el misterio que se celebra.
13. Sin embargo,
aunque el uso de la lengua vernácula en la Sagrada Liturgia es un
instrumento de suma importancia para expresar más abiertamente la
catequesis del Misterio, contenida en la celebración, el Concilio
Vaticano II advirtió también que debían ponerse en práctica algunas
prescripciones del Tridentino no en todas partes acatadas, como la
homilía los domingos y los días festivos,17 y la posibilidad de intercalar moniciones dentro de los mismos ritos sagrados.18
Con mayor interés aún, el Concilio Vaticano II al
recomendar especialmente que “la participación más perfecta es aquella
por la cual los fieles, después de la Comunión del sacerdote, reciben el
Cuerpo del Señor, consagrado en la misma Misa”19
exhorta a llevar a la práctica otro deseo de los Padres del Tridentino,
a saber, que para participar más plenamente en la Eucaristía, “no se
contenten los fieles presentes con comulgar espiritualmente, sino que
reciban sacramentalmente la comunión eucarística.”20
14. Movido por el
mismo espíritu e interés pastoral, el Concilio Vaticano II pudo
examinar, con una nueva consideración, lo establecido por el Tridentino
acerca de la Comunión que se recibe bajo las dos especies. Puesto que
hoy nadie pone en duda los principios doctrinales del valor pleno de la
Comunión en la que se recibe la Eucaristía bajo la única especie del
pan, permitió algunas veces la Comunión bajo las dos especies, cuando,
de hecho, por la forma más clara del signo sacramental se ofrezca a los
fieles una oportunidad especial para captar más profundamente el
misterio en el que participan.21

15. De esta manera,
la Iglesia, mientras permanece fiel a su misión de maestra de la verdad,
custodiando “lo antiguo”, es decir, el depósito de la tradición, cumple
también con su deber de examinar y emplear prudentemente “lo nuevo”
(cfr. Mt 13,52).
Así, de manera más abierta, una parte del nuevo
Misal, ordena las oraciones de la Iglesia a las necesidades de nuestro
tiempo; tales son, principalmente, las Misas rituales y por diversas
necesidades, en las que oportunamente se combinan lo tradicional y lo
nuevo. Y así, mientras que algunas expresiones provenientes de la más
antigua tradición de la Iglesia han permanecido intactas, como lo
descubre el mismo Misal Romano, editado tantas veces, otras muchas han
sido acomodadas a las actuales necesidades y circunstancias; otras, por
el contrario, como las oraciones por la Iglesia, por los laicos, por la
santificación del trabajo humano, por la comunidad de las naciones y por
algunas necesidades propias de nuestro tiempo, han sido elaboradas
íntegramente, tomando los pensamientos y muchas veces hasta las mismas
expresiones de los recientes documentos conciliares.
Al usar textos de tan antiquísima tradición,
valorando la nueva situación del mundo actual, pareció que no se hacía
agravio a tan venerable tesoro si se cambiaban ciertas expresiones, con
el fin de adaptarlas convenientemente al lenguaje teológico de nuestro
tiempo y para que respondieran de verdad a la condición presente de la
disciplina de la Iglesia. De aquí que algunas expresiones relativas al
juicio y al uso de los bienes terrenos, fueron modificadas, y también
algunas otras que se refieren a formas externas de penitencia, propias
de la Iglesia de otras épocas.
Es así, entonces, como las normas litúrgicas del
Concilio de Trento han sido razonablemente completadas y perfeccionadas
en varias partes por las normas del Vaticano II, que llevó a término los
esfuerzos por acercar más a los fieles a la Liturgia, esfuerzos
realizados durante cuatro siglos, y especialmente en los últimos
tiempos, debido principalmente al interés que por la Liturgia suscitaron
San Pío X y sus sucesores.



Notas.

1 Concilio Ecuménico Tridentino, Sesión XXII, día 17 de septiembre de 1562: Denz.-Schönm. 1738-1759. Volver.

2
Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución sobre la Sagrada Liturgia,
Sacrosanctum Concilium, núm.47; cfr. Constitución Dogmática sobre la
Iglesia, Lumen gentium, núms. 3. 28; Decreto sobre el ministerio y la
vida de los Presbíteros, Presbyterorum ordinis, núms. 2, 4, 5. Volver.

3 Misa vespertina en la Cena del Señor, oración sobre las ofrendas; cfr. Sacramentario Veronense, ed. L.C. Mohlberg, núm. 93. Volver.

4 Cfr. Plegaria Eucarística III. Volver.

5 Cfr. Plegaria Eucarística IV. Volver.

6
Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución sobre la Sagrada Liturgia,
Sacrosanctum Concilium, núms. 7, 47; Decreto sobre el ministerio y la
vida de los Presbíteros, Presbyterorum ordinis, núms. 5, 18. Volver.

7
Cfr. Pío XII, Carta Encíclica Humani generis, día 12 de agosto de 1950:
A.A.S. 42 (1950) págs. 570-571; Pablo VI, Carta Encíclica Mysterium
Fidei, día 3 de septiembre de 1965: A.A.S. 57 (1965) págs. 762-769;
Solemne Profesión de fe, 30 de junio de 1968 núms. 24-26: A.A.S. 60
(1968) págs. 442-443; Sagrada Congregación de Ritos, Instrucción
Eucharisticum Mysterium, día 25 de mayo de 1967, núms. 3 f, 9: A.A.S. 59
(1967) págs. 543. 547. Volver.

8 Cfr. Concilio Ecuménico Tridentino, Sesión XIII, día 11 de octubre de 1551: Denz-Schönm. 1635-1661. Volver.

9 Cfr. Concilio Ecuménico Vaticano II, Decreto sobre el ministerio y la vida de los Presbíteros, Presbyterorum ordinis, núm. 2. Volver.

10 Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución sobre la Sagrada Liturgia, Sacrosanctum Concilium, núm. 11. Volver.
11 Cfr. Ibíd. núm. 50 Volver.

12 Concilio Ecuménico Tridentino, Sesión XXII, Doctrina sobre el Santísimo Sacrificio de la Misa, capítulo 8: Denz-Schönm. 1749. Volver.

13 Concilio Ecuménico Tridentino, Sesión XXII, Doctrina sobre el Santísimo Sacrificio de la Misa, capítulo 9: Denz-Schönm. 1759. Volver.

14 Concilio Ecuménico Tridentino, Sesión XXII, Doctrina sobre el Santísimo Sacrificio de la Misa, capítulo 8: Denz-Schönm. 1749. Volver.

15 Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución sobre la Sagrada Liturgia, Sacrosanctum Concilium, núm. 33. Volver.

16 Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución sobre la Sagrada Liturgia, Sacrosanctum Concilium, núm. 36. Volver.

17 Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución sobre la Sagrada Liturgia, Sacrosanctum Concilium, núm. 52. Volver.

18 Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución sobre la Sagrada Liturgia, Sacrosanctum Concilium, núm. 35,3. Volver.

19 Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución sobre la Sagrada Liturgia, Sacrosanctum Concilium, núm. 55. Volver.

20 Concilio Ecuménico Tridentino, Sesión XXII, Doctrina sobre el Santísimo Sacrificio de la Misa, capítulo 6: Denz-Schönm. 1747. Volver.

21 Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución sobre la Sagrada Liturgia, Sacrosanctum Concilium, núm. 55. Volver.



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