martes, 11 de abril de 2017

- EL MUNDO | Suplemento cronica 589 - Salvarles le costo la vida

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 DIRECTORIO   Domingo, 11 de febrero de 2007,
número 589

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HUELGA DE HAMBRE
Salvarles le costo la vida
Hay una mujer que sigue con aprensión la huelga
de hambre de De Juana Chaos. Es la viuda del doctor Muñoz, asesinado por
el Grapo por haber alimentado a la fuerza a dos asesinos del grupo,
vivos gracias a él. «Si tuviera el teléfono de los médicos que alimentan
al etarra les pediría que tuvieran cuidado», dice afligida.
VICTOR RODRIGUEZ



Pepa Yangüela, esposa del doctor Muñoz, y José Luis Casado, que era adjunto en su departamento del Hospital Miguel Servet. / DANIEL PÉREZ
Pepa Yangüela, esposa del doctor Muñoz, y
José Luis Casado, que era adjunto en su departamento del Hospital
Miguel Servet. / DANIEL PÉREZ
«Cuando escuché que De Juana estaba en huelga de hambre el corazón me
dio un vuelco. Lo primero que hice fue pensar en los médicos que le
atienden».


Para Josefa Yangüela, las últimas semanas están siendo ajetreadas. A
caballo entre Logroño y Zaragoza, Pepa -así prefiere que la llamen- ha
concedido un par de entrevistas, asistido a un pleno de las Cortes
aragonesas en que se aprobó por unanimidad la toma en consideración de
una ley a favor de las víctimas del terrorismo y ultimado detalles del
bautizo de su quinto nieto, el primer varón.


Buenas noticias casi todas. Sólo las imágenes de un desmejorado José
Ignacio de Juana Chaos postrado en una cama del Hospital 12 de Octubre
de Madrid han ensombrecido la agradable sensación de felicidad en las
pequeñas cosas con que Pepa se ha desenvuelto los últimos días. Todo lo
relacionado con la huelga de hambre del etarra, autor de 25 asesinatos,
le viene trayendo el recuerdo de una ausencia que se prolonga desde hace
ya 17 años.


José Ramón no está.


José Ramón Muñoz Fernández, su marido, era jefe de medicina interna
del Hospital Miguel Servet de Zaragoza cuando dos grapos en huelga de
hambre ingresaron allí en enero de 1990. Junto a José Luis Casado,
adjunto a su departamento, protagonizó una pugna legal durante un par de
semanas para conseguir que la Justicia consintiera en alimentarles por
la fuerza. Vómitos, deshidratación severa, pérdida de consciencia,
pérdida de una tercera parte del peso habitual... El estado de los
reclusos era extremadamente grave. No es exagerado decir que les
salvaron la vida.


Pero eso no entraba en las cuentas del Grapo. De manera que el 17 de
marzo de aquel año dos pistoleros de la banda acudieron a su consulta
privada a media tarde y le pagaron el favor con tres balas Parabellum 9
mms. Una en la cabeza, otra en el cuello y otra en el hombro. Murió en
10 minutos.


Fue la primera víctima de la que acabaría siendo la huelga de hambre
más larga de la historia de la democracia. Y ahora que otro grupo
terrorista vuelve a echar un pulso a un Gobierno -socialista, como
entonces- en forma de ayuno, Pepa no puede por menos que sentir un
vuelco en el corazón y tener su primer pensamiento para los médicos que
atienden a De Juana. «Si tuviera sus teléfonos les llamaría
personalmente para pedirles que tuvieran mucho cuidado», asegura. «Les
pediría que no dejasen morir a De Juana, porque es su obligación como
médicos. Es el mismo chantaje que entonces. Pero les diría que se
protegieran. Que se protegieran. Porque si les pasara algo, para mí
sería como si volviesen a matar a mi marido».


No ha sido la única que ha hecho memoria. Antoni Asunción, entonces
director general de Instituciones Penitenciarias y principal responsable
de la política de dispersión contra la que se organizó la huelga de
hambre, también se ha acordado de los 435 días que duró aquel ayuno y
que tantos quebraderos de cabeza le produjo. Aunque él ve las cosas de
manera muy distinta.


«Por supuesto que tanto aquélla como la de ahora de De Juana Chaos
eran formas de presión y de publicidad, pero no tienen nada que ver»,
comienza con la libertad que da estar ya lejos de la primera línea
política. «Aquello fueron 60 presos. Para que los médicos no les
atendieran llegaron a matar a uno. Tenían a la gente muy asustada,
tuvimos que poner escolta a muchos médicos y lo pasamos bastante mal.
Esto es una cosa puntual de un tipo que siempre ha sido así, que siempre
ha ido haciendo el cafre y que debe de estar encantado con todo lo que
se ha montado».


¿Igual? ¿Distinto? ¿Se pueden extraer lecciones?


Era el 30 de noviembre de 1989 cuando 60 de los 82 miembros de los
Grupos de Resistencia Antifascista Primero de Octubre (Grapo) presos en
cárceles españolas se declararon en huelga de hambre. Protestaban por la
política de dispersión auspiciada por el ministro de Justicia Enrique
Múgica y el director de Prisiones, Asunción, y aseguraban estar
dispuestos a llegar hasta las últimas consecuencias. Uno, de hecho,
llegó. El 25 de mayo de 1990 José Manuel Sevillano murió al cabo de 175
días de ayuno en el Hospital Gregorio Marañón de Madrid.


Conforme las condiciones de salud de los terroristas en huelga de hambre iban empeorando los iban trasladando a hospitales.


Olegario Sánchez Corrales y Francisco Cela Seoane eran dos reclusos
de la prisión zaragozana de Daroca. Llegaron al Miguel Servet el 11 y el
26 de enero de 1990, respectivamente. Sánchez Corrales con 42 días de
huelga de hambre; Cela Seoane, con 57, procedente de otro hospital. Un
apunte: Ignacio de Juana Chaos se declaró en huelga de hambre el 7 de
noviembre de 2006 y fue trasladado de la prisión de Aranjuez al 12 de
Octubre de Madrid el 24 de ese mes, 17 días después.


Ya hospitalizados, Sánchez Corrales y Cela Seoane continuaron
negándose a comer mientras su salud seguía deteriorándose. La decisión
era apoyada, por supuesto, por la dirección del Grapo, pero incluso por
sus familias.


«Fue una huelga muy dirigida desde la cúpula de la organización»,
recuerda Asunción. «Había familiares que casi inducían al suicidio. Y se
dieron casos de huelguistas que se quitaban la sonda cuando llegaban a
visitarles sus familias y abogados y pedían a los médicos que se las
volvieran a poner cuando se habían ido».


Pero para el doctor Muñoz, católico practicante, se hacía muy cuesta arriba no alimentar a sus pacientes.


En el salón de su casa, repleto de libros, con el ejemplar del
Heraldo de Aragón del día sobre la mesita de café y con varias fotos de
su marido, pero más de sus hijos y los simpáticos hijos de sus hijos,
Pepa Yangüela, licenciada en Historia y delegada de la AVT en Aragón
entre 1995 y 1998, recuerda los difíciles primeros días de 1990: «Al
principio hablaba mucho de ellos, sobre todo de Olegario Sánchez
Corrales. Tanto que en un momento dado le llegué a decir que si me iba a
traer a comer al tal Olegario a casa... Estudió artículos sobre
desnutrición en revistas médicas extranjeras y demás. Pero aunque me
quitaba mucho hierro, yo sabía que estaba nervioso. Y cuando le
preguntaba si tenía miedo, me contestaba: "Pepa, yo soy médico y soy
católico. Yo me hice médico para salvar a los pacientes, no para
matarles. Como médico y como católico tengo la obligación de cuidar a
estos enfermos. Y cumpliré con mi deber hasta el final"».


EL GOBIERNO CIERRA FILAS


«De repente nos encontramos con que no
teníamos clara cuál podría ser nuestra función como médicos». José Luis
Casado tenía entonces 47 años. Conocía al doctor Muñoz desde que se
había incorporado al Miguel Servet, en 1973. «No podíamos limitarnos a
ser notarios del deterioro de dos pacientes. El juez había dicho que no
se les podía alimentar forzosamente. Durante días mi única función como
médico fue dejar en las mesillas una botella de agua por si querían
beber, porque una persona no puede vivir más de 10 o 12 días sin beber».


En realidad, Zaragoza no fue el único lugar donde se planteó el
problema. Aunque Asunción había remitido cartas a los directores de las
cárceles primero y a los jueces de vigilancia penitenciaria después
solicitando que se alimentase a la fuerza a los huelguistas si los
médicos lo consideraban oportuno, jueces de vigilancia penitenciaria en
Madrid, Valladolid y Zaragoza dieron la razón a los presos.


El Gobierno cerró filas rotundo. El fiscal general del Estado, Javier
Moscoso, curiosamente primo carnal del doctor Muñoz, pidió a todos los
representantes del ministerio público que recurriesen en las audiencias
provinciales las decisiones de jueces de vigilancia penitenciarias
contrarias a la alimentación forzosa.


Al final incluso el Constitucional se pronunció a favor de la alimentación forzosa.


«Fue una decisión mía, tomada de acuerdo con el ministro Múgica
[entonces Instituciones Penitenciarias dependía de Justicia, no de
Interior], que nadie discutió en el Gobierno», recuerda Antoni Asunción.
«Nadie se planteó lo contrario».


Las complicadas relaciones entre jueces y médicos por la cuestión de
la alimentación forzosa no dejan de sonar familiares 17 años después. El
24 de noviembre pasado la Audiencia ya autorizó la alimentación forzosa
de De Juana por medio de una sonda nasogástrica que se le va poniendo y
quitando. Los médicos que le atienden -con un coste de 15.000 euros
mensuales según calculaba el periódico El Economista el pasado viernes;
en el hospital ni lo confirman ni lo desmienten- han tenido que
preguntar a los jueces, entre otras cosas, si están autorizados a sedar
al etarra para vencer su resistencia a recibir alimentación.


ALIMENTADOS TRAS 74 DIAS


Finalmente, Sánchez Corrales y Francisco
Cela Seoane comenzaron a ser alimentados a la fuerza 74 días después de
iniciar su huelga de hambre.


Fue Cela Seoane el que más complicaciones presentó. Era algo más
joven, de 31 años y según recuerda el doctor Casado, «tenía una anemia
severa que le había causado una importante lesión cardiaca».


Hijo de un guardia civil que abandonó el cuerpo y que había fallecido
un año antes, y hermano de otro grapo que también había iniciado la
huelga de hambre, Jesús Cela Seoane, Francisco, alias Paco, había caído
en una operación policial en 1985. En dos meses de huelga de hambre
perdió un tercio de su peso.


Olegario Sánchez Corrales era uno de los presos más veteranos de los
grapo. En prisión desde 1977, había participado en varios asesinatos y
en los secuestros del presidente del Consejo de Estado Antonio María de
Oriol y Urquijo y del general Villaescusa. De hecho, cuando en julio de
1997 salió de la prisión de Topas (Salamanca), lo hizo con el dudoso
honor de ser el recluso más antiguo de las cárceles españolas. En esos
20 años había participado en más de 20 huelgas de hambre.


Los dos estaban en la misma habitación, custodiada por una pareja de
policías nacionales. «No querían tener mucho contacto con nosotros»,
recuerda Casado. «En ocasiones llegaban a vendarse los ojos y taparse
los oídos para no escucharnos cuando les explicábamos las consecuencias
que su actitud podía tener en su organismo».


Constantemente -de nuevo los ecos de aquella huelga de hambre
resuenan en el Hospital 12 de Octubre en 2007- recibían visitas de sus
abogados y de sus familiares. Entre ellos de Jesús Cela Seoane.


El hermano pequeño de Francisco Cela Seoane había iniciado la huelga
de hambre como los demás presos el 30 de noviembre de 1989, pero en
enero de 1990 terminó de cumplir su condena y, ya en libertad, abandonó
el ayuno tras 55 días y con 20 kilos menos. «A mediados de febrero»,
continúa el facultativo, «se me acercó y me preguntó por su hermano.
Hablamos un rato y antes de despedirse me dijo: "Cuídele, porque si se
muere, igual le mato yo a usted. Y si se salva, a lo mejor tiene
problemas con la organización..."».


Las presiones no eran sólo desde abajo. Pepa Yangüela asegura que un
ministro de la época -«del que no voy a decir el nombre»- llegó a llamar
a su marido para decirle que como se le muriera alguno de los dos
huelguistas se despidiera de seguir ejerciendo la medicina.


Los doctores Muñoz y Casado vivieron muy intensamente aquellos días.
«Estábamos intranquilos», prosigue el adjunto, «pero yo nunca pensé que
iba a perder la vida y creo que él tampoco. No le noté miedo». Ni
siquiera tras el 7 de marzo.


Aquel día, un miércoles, el ministro de Interior, José Luis Corcuera,
citó en Madrid a los dos médicos. Muñoz no pudo acudir, fue Casado
solo. «Estaban Corcuera, Vera [secretario de Estado de Seguridad] y
otros cargos del Ministerio», relata Casado. «Me advirtieron de que
extremáramos las precauciones, de que podíamos estar en situación de
riesgo. Quizás ser víctimas de un secuestro. Aun así, no nos pusieron
protección. Que cambiásemos los itinerarios, que no nos quedásemos mucho
tiempo esperando en los semáforos... cosas genéricas. En tono irónico
les dije que vale, pondría unos retrovisores más grandes en el coche».
El pasado jueves sindicatos policiales denunciaban la deficiente
seguridad del módulo hospitalario donde está aislado De Juana...


Apenas una semana después de aquella reunión en el Ministerio,
Olegario Sánchez Corrales y Francisco Cela Seoane fueron dados de alta y
trasladados a la prisión zaragozana de Torrero. Habían vuelto a comer
sólido, no lo habían rechazado y sus constantes estaban restablecidas.
La historia, sin embargo, aún no había llegado a su fin.


El 27 de marzo, dos semanas después de que los dos grapos hubiesen
sido dados de alta, Guillermo Vázquez Bautista y María Jesús Romero, dos
pistoleros de la banda, acudieron a la consulta privada del doctor
Muñoz, situada en el piso superior de su casa. Estuvieron un cuarto de
hora aguardando en la sala de espera y cuando salió el paciente que les
precedía, llegaron hasta el médico y le mataron a sangre fría de tres
balazos. Muñoz había cumplido 50 años seis meses antes. Sus asesinos, en
un giro macabro, se hicieron llamar el comando Crespo Galende en honor
al grapo José Crespo Galende, fallecido en huelga de hambre en el
hospital de La Paz de Madrid en junio de 1981.


En tres ocasiones el mismo comando intentó también matar al doctor
Casado, pero el adjunto a Muñoz en el Miguel Servet tuvo más suerte.
Durante el año y medio siguiente tuvo escolta.


Algunos de los reclusos aún prolongaron la huelga más o menos
regularmente hasta 1991. No lograron la reagrupación en una sola
prisión, motivo por el que se había iniciado la protesta. El comité
central del PCE(r) emitió un revelador comunicado que empezaba así: «No
se ha conseguido arrancar nada al Gobierno, hemos perdido al camarada
Sevi y la salud del resto de los camaradas se halla bastante
quebrantada. Pero el Estado y las fuerzas reaccionarias que lo respaldan
no han logrado destruirnos ni llevar a los camaradas presos al terreno
de la desmoralización, la claudicación y el arrepentimiento, tal como se
habían propuesto. Su derrota política y moral es más que evidente».


¿Pensará hoy algo así De Juana? De momento, él sigue con su pulso. Sin comida. Sin arrepentimiento.








 
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