sábado, 1 de abril de 2017

Breve historia de la Iglesia Católica en el siglo XIX - Observatorio del Laicismo - Europa Laica

Breve historia de la Iglesia Católica en el siglo XIX - Observatorio del Laicismo - Europa Laica












Breve historia de la Iglesia Católica en el siglo XIX


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Se aprobó el dogma
de la infalibilidad del papa, es decir, la imposibilidad de que
cometiera un error, ya que el Espíritu Santo iluminaba al pontífice
cuando se pronunciaba sobre las verdades fundamentales de la religión
católica.

Las ideas ilustradas del siglo XVIII pero, sobre todo, los procesos
revolucionarios y el triunfo del liberalismo en Europa tuvieron un claro
impacto sobre las creencias religiosas en el siglo XIX. En Europa
occidental comenzó a extenderse la idea de que la religión era un asunto
personal que no tenía por qué encuadrarse en la pertenencia a una
determinada confesión o iglesia.  La indiferencia religiosa aumentó
entre la población europea durante el siglo XIX, aunque las confesiones
religiosas mantuvieron su peso en el mundo rural.  Los cambios
revolucionarios impactaron fuertemente en las confesiones religiosas,
especialmente en la Iglesia Católica, que vio como los nuevos Estados
liberales menoscabaron su poder económico -desamortizaciones de sus
propiedades- y sus privilegios. Por otro lado, el Estado liberal se
atribuyó funciones que en el Antiguo Régimen desempeñaba
fundamentalmente la Iglesia, como la educación y la asistencia social.
Este proceso supuso una evidente secularización de la vida política y
social en Europa. También, creció el anticlericalismo, es decir, el
pensamiento completamente contrario a la Iglesia Católica y que, en
algunos momentos, derivó en acciones violentas.
El Concordato de 1801 entre la Francia napoleónica y el Papado supuso
la reconciliación, después de los intensos conflictos de la época
revolucionaria. Aún así, el papado siguió resistiéndose a los cambios
revolucionarios en Europa y al triunfo del liberalismo, la libertad de
pensamiento y la separación entre el Estado y la Iglesia. Esa sería la
postura de Roma durante el siglo XIX, aunque con León XIII hubo
importantes cambios en relación con la posición de la Iglesia hacia los
nuevos tiempos.
En el año 1846 fue elegido papa Pío IX. Los católicos más aperturistas
aplaudieron esta elección porque el nuevo pontífice parecía reformista y
no se había significado especialmente contra el liberalismo. Aún así,
defendió la soberanía de los Estados Pontificios frente al proceso de
unificación italiana. Esta política provocó que los nacionalistas
italianos le consideraran un enemigo. Además, el papado condenó los
progresos científicos del siglo, como fue el caso del darwinismo y
planteó como alternativa un rearme de la presencia de lo sobrenatural, a
través de la promoción de la devoción a los santos y de las apariciones
de la Virgen, como fue el caso de la de Lourdes. En la encíclica Syllabus Errorum
de 1864, Pío IX declaraba que era erróneo que el pontífice pudiera y
debiera reconciliarse y transigir con el progreso, el liberalismo y la
civilización moderna.
En 1870 se inauguró en Roma el Concilio Vaticano I, convocado por Pío
IX. El transcurso del Concilio fue agitado porque el estallido de la
guerra franco-prusiana afectó a las sesiones y, por fin, la ocupación de
Roma por las tropas del Piamonte obligó a suspenderlo definitivamente.
Las expectativas creadas en torno al Concilio en relación a que podría
adecuar la Iglesia a los cambios políticos, ideológicos y sociales
producidos en el siglo XIX se frustraron.  En el Concilio se aprobó el
dogma de la infalibilidad del papa, es decir, la imposibilidad de que
cometiera un error, ya que el Espíritu Santo iluminaba al pontífice
cuando se pronunciaba sobre las verdades fundamentales de la religión
católica. Pero, también, es cierto que algunos teólogos consideraron que
la infalibilidad era contraproducente en las relaciones entre la
Iglesia y los Estados.
En el año 1878 fue elegido papa León XII. En lo político se negó a
aceptar la nueva situación italiana y exigió el reconocimiento de su
soberanía sobre Roma. Esta postura contra el nuevo reino de Italia duró
hasta 1929 cuando la Iglesia y el gobierno de Mussolini firmaron el
Tratado de Letrán, por el que se creó el estado del Vaticano. El gran
éxito diplomático del nuevo pontífice fue conseguir que Bismarck
suavizara y terminara con la kulturkampf, es decir, la política
contraria la Iglesia Católica en Alemania. En relación con Francia, el
papa aconsejó a los católicos que colaborasen y aceptaran la III
República, aunque esto no hizo cambiar la política laica de los
republicanos. En 1885 publicó la encíclica en la que afirmaba que la
Iglesia no se podía ligar a ninguna forma de gobierno, lo que suponía un
cambio en la posición tradicional de la Iglesia.
León XIII intentó establecer puentes con otras confesiones, como la
anglicana y la ortodoxa. Por otro lado, se preocupó de mejorar la
formación del clero, la investigación científica de los católicos y
promover la actividad de los misioneros.
Pero la gran aportación del papa León XIII tiene que ver con la
cuestión social generada por las revoluciones industriales, y que había
sido desatendida por la Iglesia o ante la que se había respondido con
argumentos propios de la época del Antiguo Régimen. Algunos
eclesiásticos comenzaron, en la segunda mitad del siglo XIX, a
interesarse por los asuntos sociales y allanaron el camino para que
cambiara la política de la Iglesia en esta materia. En este sentido,
destacó el obispo de Maguncia, monseñor Ketteler. Estaba convencido que
las soluciones a la cuestión social tenían que partir desde abajo y que
el Estado debía, solamente, desempeñar un papel subsidiario. Para ello,
impulsó la creación de organizaciones obreras.
Por fin, en 1891 el papa León XIII publicó la encíclica Rerum Novarum.
En esta encíclica se trazaron las líneas fundamentales de la doctrina
social de la Iglesia, condenando los excesos del capitalismo, pero
también la lucha de clases. Defendía la existencia de la propiedad
privada y rechazaba el socialismo porque lo consideraba erróneo y
materialista La encíclica pretendía que se alcanzase la convivencia
social a través de la justicia y la caridad como medios para solucionar
los conflictos. El Estado debía garantizar los derechos de los más
desfavorecidos,  proteger el trabajo y promover una legislación social.
Esta idea estaría en el origen del surgimiento de la democracia
cristiana. Pero, además, la Iglesia promovió la creación de asociaciones
y sindicatos católicos. El movimiento obrero consideró que la encíclica
llegaba tarde y acusó a la Iglesia de oportunista, además de tachar de
amarillistas a los sindicatos católicos.
Entre 1903 y el estallido de la Primera Guerra Mundial, la Iglesia
Católica estuvo regida por Pío X, que planteó importantes cambios
internos, especialmente, en lo relacionado con el derecho canónico. En
lo político, se produjo un grave enfrentamiento con la República
francesa, rompiéndose relaciones diplomáticas y provocando una ley de
separación entre la Iglesia y el Estado en Francia. En esta época, un
sector de intelectuales y teólogos demandó que la Iglesia se adaptara
más a los nuevos tiempos, pero el papa condenó en 1907 estas opiniones
al acusarlas de modernistas.
A pesar del retroceso que sufrió la religión en el siglo XIX y de los
vaticinios de muchos pensadores sobre el negro futuro del catolicismo,
la Iglesia Católica terminó la centuria encontrando nuevos caminos y
adaptándose, en gran medida, a los cambios socioeconómicos y políticos,
para afrontar retos en el futuro y seguir ejerciendo una indudable
influencia en el mundo.
Eduardo Montagut Contreras. Doctor en Historia Moderna y Contemporánea. @Montagut5


Pío XII
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