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Domingo 05/06/2011. Actualizado 22:04h.
La clausura visible y silenciosa del monasterio benedictino de Samos
Vídeo: Román Nóvoa
- El cenobio tiene su origen en una pequeña comunidad del siglo VII
- La comunidad está conformada por 15 monjes de todas las edades
- Está en el corazón del Camino de Santiago y atesora numerosas obras de arte
En el valle de Samos (Lugo) se levanta un monasterio
del mismo nombre: Samos. Las características para componer una
definición se acumularían de tal forma que solaparían otras de las
circunstancias que concurren en la vida del cenobio, enclavado en el corazón del Camino de Santiago.
En la actualidad, se atrincheran en sus muros de piedra15 monjes benedictinos
que suceden a la primera comunidad datada en el reino suevo del siglo
VII. Las vocaciones no están para fiestas, que diría Feijóo, pero sin
embargo los militantes de la regla de San Benito no se dejan amilanar
porque el hábito y la sotana tengan menos pretendientes.
El padre José Luis es el prior, el que manda. Su
aspecto físico es un tanto medieval, al ser redondo y bajito, pero su
cercanía y locuaciad lo aproximan a un ser humano entrañable que evita
los temas farragosos pero que invita a su casa y pone la mejor
disposición para que sus huéspedes se sientan cómodos.
admiración entre los visitantes: "El monasterio es grande, se fue
forjando a lo largo de la historia y es una superposición de estilos que van desde el románico, al bárroco y al neoclásico".
Sin embargo, para el padre prior es sólo su casa. También para los dos
jóvenes del rebaño: el padre José Antonio y el novicio Guillermo. Los
tres son una representación de los 15 que escogieron la vida
contemplativa como una forma de vivir.
Naturalmente, esto no implica que no tengan actividades más mundanas y, por ejemplo, gestionen una gasolinera, un albergue de peregrinos y una tienda de regalos en la que se puede comprar un llavero estampado o una reproducción de San Benito en barro.
Los largos pasillos del convento están vestidos con piedras en las
que se dibujaron unos murales que recrean, entre otras cosas, la vida
del fundador. Las pinturas, de belleza discutible, fueron realizadas
tras el incendio de los años 50 pero hoy no queda otro remedio que
admirarlas aunque sólo sea para enfadarse. Lo que sí quedan son tesoros
repartidos entre las estancias y que van desde figuras de porcelana
china, ornamentos litúrgicos y reliquias como el fémur de San Benito, guardado en la sacristía en una urna de plata.
El padre José Antonio, con timidez visible, es quien se encarga de llamar la atención sobre las pequeñas cosas.
Su oficina es la sacristía y en los muebles de la estancia guarda los
utensilios. José Antonio, el monje manchego, es en realidad el maestro
de ceremonias. Se toma su cometido en serio y le gusta la belleza de la liturgia.
Todo está perfectamente ordenado y con las yemas de los dedos acaricia
las estolas sin tocarlas. Está contento con su vocación y su misión.
Lleva nueve años en la casa y la llamada surgió cuando era niño. Esta
inclinación fue creciendo con la ayuda de su abuela para germinar en una
confesión solemne de votos dentro de una comunidad benedictina.
El prior le escucha con devoción y orgullo. Una devoción que no
deifica pero que admira el compromiso del joven que eligió el silencio
de un convento como una forma de vida. Puede resultar extraño esa
entrega pero escuchando sus razones tiene otro sentido que va más allá
de la aseveración "es gente muy rara".
pero abrazó la fe de Roma "porque la diferencia substancial con la
iglesia ortodoxa es el tiempo". Al contrario que José Antonio es adusto,
alto, un tanto desgarbado y solemne. Luce de manera permanente y
visible el alzacuellos y parece programado para repeler ataques y
defender con soltura el dogma. Si se le pregunta por la soledad,
responde: "Yo no me siento solo, estoy cerca del Señor"; si se cualifica
o se insinúa una extemporaneidad de la vocación responde sin mover un
músculo: "El mensaje de Cristo es siempre actual". Lo cierto es que consigue transmitir una seguridad documentada en sus vastos conocimientos filosóficos y en una apelación constante a la patrística.
Su única debilidad son los pasteles de su madre. A
pesar de esta confesión, considera que la pregunta es un tanto
irreverente y se niega a profundizar en lo cotidiano para invitar a los
interesados a buscar la receta en Internet. Su compañero José Antonio lo
observa y sonríe e incluso el prior hace señales con la vista para
ratificar la contundencia de su exposición y la rigidez de su carácter.
se llena de luz para demostrar la afirmación del novicio Guillermo de
que no hay nada escondido y se trata solamente de estancias para
distintos usos. En los pasillos que no se enseñan sólo hay murciélados durmiendo en el techo, imprentas en desuso con los tipos oxidados y escaleras de madera carcomida.
Eso sí, Guillermo abre la puerta de la antigua imprenta, coge en sus manos un libro de liturgia con la misa tridentina y aclara: "Fíjense qué casualidad, hoy festivad de San Pío V hemos dado con este misal".
La visita llega a su fin porque son las siete y media de la tarde.
Una pequeña campana llama a los monjes a revestirse porque comienza el
rezo de las vísperas y la eucaristía. Nadie puede faltar sin permiso del
prior y todos formas filas para entrar en la iglesia conventual.
El canto gregoriano anuncia que algo grande va a pasar
y los monjes van a participar en ese acontecimiento. También se apuntan
los hospitalarios (hombres solteros que viven la vida monástica sin
votos) y los huéspedes que viven en comunidad durante una temporada para
desconectar de la vida mundana. Cada uno ocupa su sitio y los rezos
ponen el punto y final a la jornada en uno de los monasterios más
importantes de España.
del mismo nombre: Samos. Las características para componer una
definición se acumularían de tal forma que solaparían otras de las
circunstancias que concurren en la vida del cenobio, enclavado en el corazón del Camino de Santiago.
José Luis, el padre prior. | Román Nóvoa
que suceden a la primera comunidad datada en el reino suevo del siglo
VII. Las vocaciones no están para fiestas, que diría Feijóo, pero sin
embargo los militantes de la regla de San Benito no se dejan amilanar
porque el hábito y la sotana tengan menos pretendientes.
El padre José Luis es el prior, el que manda. Su
aspecto físico es un tanto medieval, al ser redondo y bajito, pero su
cercanía y locuaciad lo aproximan a un ser humano entrañable que evita
los temas farragosos pero que invita a su casa y pone la mejor
disposición para que sus huéspedes se sientan cómodos.
Del románico, al neoclásico
Conoce cada esquina del monasterio y observa con gusto cómo causaadmiración entre los visitantes: "El monasterio es grande, se fue
forjando a lo largo de la historia y es una superposición de estilos que van desde el románico, al bárroco y al neoclásico".
Sin embargo, para el padre prior es sólo su casa. También para los dos
jóvenes del rebaño: el padre José Antonio y el novicio Guillermo. Los
tres son una representación de los 15 que escogieron la vida
contemplativa como una forma de vivir.
Naturalmente, esto no implica que no tengan actividades más mundanas y, por ejemplo, gestionen una gasolinera, un albergue de peregrinos y una tienda de regalos en la que se puede comprar un llavero estampado o una reproducción de San Benito en barro.
Los largos pasillos del convento están vestidos con piedras en las
que se dibujaron unos murales que recrean, entre otras cosas, la vida
del fundador. Las pinturas, de belleza discutible, fueron realizadas
tras el incendio de los años 50 pero hoy no queda otro remedio que
admirarlas aunque sólo sea para enfadarse. Lo que sí quedan son tesoros
repartidos entre las estancias y que van desde figuras de porcelana
china, ornamentos litúrgicos y reliquias como el fémur de San Benito, guardado en la sacristía en una urna de plata.
El padre José Antonio, con timidez visible, es quien se encarga de llamar la atención sobre las pequeñas cosas.
Su oficina es la sacristía y en los muebles de la estancia guarda los
utensilios. José Antonio, el monje manchego, es en realidad el maestro
de ceremonias. Se toma su cometido en serio y le gusta la belleza de la liturgia.
Todo está perfectamente ordenado y con las yemas de los dedos acaricia
las estolas sin tocarlas. Está contento con su vocación y su misión.
Lleva nueve años en la casa y la llamada surgió cuando era niño. Esta
inclinación fue creciendo con la ayuda de su abuela para germinar en una
confesión solemne de votos dentro de una comunidad benedictina.
El prior le escucha con devoción y orgullo. Una devoción que no
deifica pero que admira el compromiso del joven que eligió el silencio
de un convento como una forma de vida. Puede resultar extraño esa
entrega pero escuchando sus razones tiene otro sentido que va más allá
de la aseveración "es gente muy rara".
El novicio imberbe y rumano de 22 años
El más joven, el novicio imberbe, el que tiene 22 años y que puede calificarse con una serie ininterrumpida de epitetos épicos, se llama Guillermo. Es de origen rumanopero abrazó la fe de Roma "porque la diferencia substancial con la
iglesia ortodoxa es el tiempo". Al contrario que José Antonio es adusto,
alto, un tanto desgarbado y solemne. Luce de manera permanente y
visible el alzacuellos y parece programado para repeler ataques y
defender con soltura el dogma. Si se le pregunta por la soledad,
responde: "Yo no me siento solo, estoy cerca del Señor"; si se cualifica
o se insinúa una extemporaneidad de la vocación responde sin mover un
músculo: "El mensaje de Cristo es siempre actual". Lo cierto es que consigue transmitir una seguridad documentada en sus vastos conocimientos filosóficos y en una apelación constante a la patrística.
Su única debilidad son los pasteles de su madre. A
pesar de esta confesión, considera que la pregunta es un tanto
irreverente y se niega a profundizar en lo cotidiano para invitar a los
interesados a buscar la receta en Internet. Su compañero José Antonio lo
observa y sonríe e incluso el prior hace señales con la vista para
ratificar la contundencia de su exposición y la rigidez de su carácter.
El novicio Guillermo, el prior José Luis y el padre José Antonio. | Román Nóvoa
Tras la clausura
Los monjes acceden a abrir la clausura. Lo que está oculto se abre yse llena de luz para demostrar la afirmación del novicio Guillermo de
que no hay nada escondido y se trata solamente de estancias para
distintos usos. En los pasillos que no se enseñan sólo hay murciélados durmiendo en el techo, imprentas en desuso con los tipos oxidados y escaleras de madera carcomida.
Eso sí, Guillermo abre la puerta de la antigua imprenta, coge en sus manos un libro de liturgia con la misa tridentina y aclara: "Fíjense qué casualidad, hoy festivad de San Pío V hemos dado con este misal".
La visita llega a su fin porque son las siete y media de la tarde.
Una pequeña campana llama a los monjes a revestirse porque comienza el
rezo de las vísperas y la eucaristía. Nadie puede faltar sin permiso del
prior y todos formas filas para entrar en la iglesia conventual.
El canto gregoriano anuncia que algo grande va a pasar
y los monjes van a participar en ese acontecimiento. También se apuntan
los hospitalarios (hombres solteros que viven la vida monástica sin
votos) y los huéspedes que viven en comunidad durante una temporada para
desconectar de la vida mundana. Cada uno ocupa su sitio y los rezos
ponen el punto y final a la jornada en uno de los monasterios más
importantes de España.
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