miércoles, 29 de marzo de 2017

BENEDICTO XVI. LOS SACRAMENTOS DE LA IGLESIA CATÓLICA A TRAVÉS DE SUS TEXTOS. / 3. EUCARISTÍA

BENEDICTO XVI. LOS SACRAMENTOS DE LA IGLESIA CATÓLICA A TRAVÉS DE SUS TEXTOS. / 3. EUCARISTÍA



22/07/2015

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BENEDICTO XVI. LOS SACRAMENTOS DE LA IGLESIA CATÓLICA A TRAVÉS DE SUS TEXTOS.

3. EUCARISTÍA







3. EUCARISTÍA



La Santísima Eucaristía es el don que Jesucristo hace de sí mismo,
revelándonos el amor infinito de Dios por cada hombre. En este admirable
Sacramento se manifiesta el amor « más grande », aquel que impulsa a «
dar la vida por los propios amigos » (cf. Jn 15,13). En efecto, Jesús «
los amó hasta el extremo » (Jn 13,1). Con esta expresión, el evangelista
presenta el gesto de infinita humildad de Jesús: antes de morir por
nosotros en la cruz, ciñéndose una toalla, lava los pies a sus
discípulos. Del mismo modo, en el Sacramento eucarístico Jesús sigue
amándonos « hasta el extremo », hasta el don de su cuerpo y de su
sangre. ¡Qué emoción debió embargar el corazón de los Apóstoles ante los
gestos y palabras del Señor durante aquella Cena! ¡Qué admiración ha de
suscitar también en nuestro corazón el Misterio eucarístico!



En el Sacramento del altar, el Señor viene al encuentro del hombre,
creado a imagen y semejanza de Dios (cf. Gn 1,27), acompañándole en su
camino. En efecto, en este Sacramento el Señor se hace comida para el
hombre hambriento de verdad y libertad. Puesto que sólo la verdad nos
hace auténticamente libres (cf. Jn 8,36), Cristo se convierte para
nosotros en alimento de la Verdad.



Al instituir el sacramento de la Eucaristía, Jesús anticipa e implica el
Sacrificio de la cruz y la victoria de la resurrección. Al mismo
tiempo, se revela como el verdadero cordero inmolado, previsto en el
designio del Padre desde la creación del mundo, como se lee en la
primera Carta de San Pedro (cf. 1,18-20). Situando en este contexto su
don, Jesús manifiesta el sentido salvador de su muerte y resurrección,
misterio que se convierte en
el factor renovador de la historia y de todo el cosmos. En efecto, la
institución de la Eucaristía muestra cómo aquella muerte, de por sí
violenta y absurda, se ha transformado en Jesús en un supremo acto de
amor y de liberación definitiva del mal para la humanidad.



Con el mandato « Haced esto en conmemoración mía » (cf. Lc 22,19; 1 Co
11,25), nos pide corresponder a su don y representarlo sacramentalmente.
Por tanto, el Señor expresa con estas palabras, por decirlo así, la
esperanza de que su Iglesia, nacida de su sacrificio, acoja este don,
desarrollando bajo la guía del Espíritu Santo la forma litúrgica del
Sacramento.

Jesús parte el pan y lo comparte, pero con una profundidad nueva, porque
él se dona a sí mismo. Toma el cáliz y lo comparte para que todos
puedan beber de él, pero con este gesto él dona la «nueva alianza en su
sangre», se dona a sí mismo.



¿Qué está sucediendo? ¿Cómo Jesús puede repartir su Cuerpo y su Sangre?
Haciendo del pan su Cuerpo y del vino su Sangre, anticipa su muerte, la
acepta en lo más íntimo y la transforma en una acción de amor. Lo que
desde el exterior es violencia brutal ?la crucifixión?, desde el
interior se transforma en un acto de un amor que se entrega totalmente.
Esta es la transformación sustancial que se realizó en el Cenáculo y que
estaba destinada a suscitar un proceso de transformaciones cuyo último
fin  es  la  transformación  del mundo hasta que Dios sea todo en todos
(cf. 1 Co 15, 28). Desde siempre todos los hombres esperan en su
corazón, de algún modo, un cambio, una transformación del mundo. Este
es, ahora, el acto central de transformación capaz de renovar
verdaderamente el mundo: la violencia se transforma en amor y, por
tanto, la muerte en vida. Dado que este acto convierte la muerte en
amor, la muerte como tal está ya, desde su interior, superada; en ella
está ya presente la resurrección. La muerte ha sido, por así decir,
profundamente herida, tanto que, de ahora en adelante, no puede ser la
última palabra.



Esta es, por usar una imagen muy conocida para nosotros, la fisión
nuclear llevada en lo más íntimo del ser; la victoria del amor sobre el
odio, la victoria del amor sobre la muerte. Solamente esta íntima
explosión del bien que vence al mal puede suscitar después la cadena de
transformaciones que poco a poco cambiarán el mundo. Todos los demás
cambios son superficiales y no salvan. Por esto hablamos de redención:
lo que desde lo más íntimo era necesario ha sucedido, y nosotros podemos
entrar en este dinamismo. Jesús puede distribuir su Cuerpo, porque se
entrega realmente a sí mismo.

El Cuerpo y la Sangre de Cristo se nos dan para que también nosotros mismos seamos transformados.

¿Pero qué comporta para nuestra vida cotidiana este partir de la
Eucaristía a fin de reafirmar el primado de Dios? La comunión
eucarística, queridos amigos, nos arranca de nuestro individualismo, nos
comunica el espíritu de Cristo muerto y resucitado, nos conforma a él;
nos une íntimamente a los hermanos en el misterio de comunión que es la
Iglesia, donde el único Pan hace de muchos un solo cuerpo (cf. 1 Co 10,
17)(…)



La Eucaristía sostiene y transforma toda la vida cotidiana. Como recordé
en mi primera encíclica, «en la comunión eucarística, está incluido a
la vez el ser amados y el amar a los otros», por lo cual «una Eucaristía
que no comporte un ejercicio concreto del amor es fragmentaria en sí
misma»

(…) desde la Eucaristía nace una nueva e intensa asunción de
responsabilidades a todos los niveles de la vida comunitaria; nace, por
lo tanto, un desarrollo social positivo, que sitúa en el centro a la
persona, especialmente a la persona pobre, enferma o necesitada.
Nutrirse de Cristo es el camino para no permanecer ajenos o indiferentes
ante la suerte de los hermanos, sino entrar en la misma lógica de amor y
de donación del sacrificio de la cruz.



La Eucaristía es el culto de toda la Iglesia, pero requiere igualmente
el pleno compromiso de cada cristiano en la misión de la Iglesia;
implica una llamada a ser pueblo santo de Dios, pero también a la
santidad personal; se ha de celebrar con gran alegría y sencillez, pero
también tan digna y reverentemente como sea posible; nos invita a
arrepentirnos de nuestros pecados, pero también a perdonar a nuestros
hermanos y hermanas; nos une en el Espíritu, pero también nos da el
mandato del mismo Espíritu de llevar la Buena Nueva de la salvación a
otros.



Con el don de sí mismo, inauguró objetivamente el tiempo escatológico.
En la llamada de los Doce, que tiene una clara relación con las doce
tribus de Israel, y en el mandato que les dio en la última Cena, antes
de su Pasión redentora, de celebrar su memorial, Jesús ha manifestado
que quería trasladar a toda la comunidad fundada por Él la tarea de ser,
en la historia, signo e instrumento de esa reunión escatológica,
iniciada en Él. Así pues, en cada Celebración eucarística se realiza
sacramentalmente la reunión escatológica del Pueblo de Dios. El banquete
eucarístico es para nosotros anticipación real del banquete final,
anunciado por los profetas (cf. Is 25,6-9) y descrito en el Nuevo
Testamento como « las bodas del cordero » (Ap 19,7-9), que se ha de
celebrar en la alegría de la comunión de los santos.





ENCUENTRO DE BENEDICTO XVI CON MÁS DE CIEN MIL NIÑOS DE PRIMERA COMUNIÓN. 15 DE OCTUBRE DE 2005.



Andrés: Mi catequista, al prepararme para el día de mi primera
Comunión, me dijo que Jesús está presente en la Eucaristía. Pero ¿cómo?
Yo no lo veo.




Sí, no lo vemos, pero hay muchas cosas que no vemos y que existen y son
esenciales. Por ejemplo, no vemos nuestra razón; y, sin embargo, tenemos
la razón. No vemos nuestra inteligencia, y la tenemos. En una palabra,
no vemos nuestra alma y, sin embargo, existe y vemos sus efectos, porque
podemos hablar, pensar, decidir, etc. Así tampoco vemos, por ejemplo,
la corriente eléctrica y, sin embargo, vemos que existe, vemos cómo
funciona este micrófono; vemos las luces. En una palabra, precisamente
las cosas más profundas, que sostienen realmente la vida y el mundo, no
las vemos, pero podemos ver, sentir sus efectos. No vemos la
electricidad, la corriente, pero vemos la luz. Y así sucesivamente. Del
mismo modo, tampoco vemos con nuestros ojos al Señor resucitado, pero
vemos que donde está Jesús los hombres cambian, se hacen mejores.



Se crea mayor capacidad de paz, de reconciliación, etc. Por
consiguiente, no vemos al Señor mismo, pero vemos sus efectos: así
podemos comprender que Jesús está presente. Como he dicho, precisamente
las cosas invisibles son las más profundas e importantes. Por eso,
vayamos al encuentro de este Señor invisible, pero fuerte, que nos ayuda
a vivir bien.



Julia: Santidad, todos nos dicen que es importante ir a misa el
domingo. Nosotros iríamos con mucho gusto, pero, a menudo, nuestros
padres no nos acompañan porque el domingo duermen. El papá y la mamá de
un amigo mío trabajan en un comercio, y nosotros vamos con frecuencia
fuera de la ciudad a visitar a nuestros abuelos. ¿Puedes decirles una
palabra para que entiendan que es importante que vayamos juntos a misa
todos los domingos?




Creo que sí, naturalmente con gran amor, con gran respeto por los padres
que, ciertamente, tienen muchas cosas que hacer. Sin embargo, con el
respeto y el amor de una hija, se puede decir: querida mamá, querido
papá, sería muy importante para todos nosotros, también para ti,
encontrarnos con Jesús. Esto nos enriquece, trae un elemento importante a
nuestra vida. Juntos podemos encontrar un poco de tiempo, podemos
encontrar una posibilidad. Quizá también donde vive la abuela se pueda
encontrar esta posibilidad. En una palabra, con gran amor y respeto, a
los padres les diría: "Comprended que esto no sólo es importante para
mí, que no lo dicen sólo los catequistas; es importante para todos
nosotros; y será una luz del domingo para toda nuestra familia".



Alejandro: ¿Para qué sirve, en la vida de todos los días, ir a la santa misa y recibir la Comunión?



Sirve para hallar el centro de la vida. La vivimos en medio de muchas
cosas. Y las personas que no van a la iglesia no saben que les falta
precisamente Jesús. Pero sienten que les falta algo en su vida. Si Dios
está ausente en mi vida, si Jesús está ausente en mi vida, me falta una
orientación, me falta una amistad esencial, me falta también una alegría
que es importante para la vida. Me falta también la fuerza para crecer
como hombre, para superar mis vicios y madurar humanamente.

Por consiguiente, no vemos enseguida el efecto de estar con Jesús cuando
vamos a recibir la Comunión; se ve con el tiempo. Del mismo modo que a
lo largo de las semanas, de los años, se siente cada vez más la ausencia
de Dios, la ausencia de Jesús. Es una laguna fundamental y destructora.
Ahora podría hablar fácilmente de los países donde el ateísmo ha
gobernado durante muchos años; se han destruido las almas, y también la
tierra; y así podemos ver que es importante, más aún, fundamental,
alimentarse de Jesús en la Comunión. Es él quien nos da la luz, quien
nos orienta en nuestra vida, quien nos da la orientación que
necesitamos.



Ana: Querido Papa, ¿nos puedes explicar qué quería decir Jesús cuando dijo a la gente que lo seguía: "Yo soy el pan de vida"?



En este caso, quizá debemos aclarar ante todo qué es el pan. Hoy nuestra
comida es refinada, con gran diversidad de alimentos, pero en las
situaciones más simples el pan es el fundamento de la alimentación, y si
Jesús se llama el pan de vida, el pan es, digamos, la sigla, un resumen
de todo el alimento. Y como necesitamos alimentar nuestro cuerpo para
vivir, así también nuestro espíritu, nuestra alma, nuestra voluntad
necesita alimentarse. Nosotros, como personas humanas, no sólo tenemos
un cuerpo sino también un alma; somos personas que pensamos, con una
voluntad, una inteligencia, y debemos alimentar también el espíritu, el
alma, para que pueda madurar, para que pueda llegar realmente a su
plenitud. Así pues, si Jesús dice "yo soy el pan de vida", quiere decir
que Jesús mismo es este alimento de nuestra alma, del hombre interior,
que necesitamos, porque también el alma debe alimentarse. Y no bastan
las cosas técnicas, aunque sean importantes. Necesitamos precisamente
esta amistad con Dios, que nos ayuda a tomar las decisiones correctas.
Necesitamos madurar humanamente. En otras palabras, Jesús nos alimenta
para llegar a ser realmente personas maduras y para que nuestra vida sea
buena.





Bibliografía:



- Sacramentum Caritatis 9-11.

- Homilía de la conclusión del Congreso Eucarístico Nacional Italiano. Ancona, 11 de septiembre de 2011.

- Vídeo mensaje del Congreso Eucarístico Internacional. Dublín, Julio de 2012.

- Encuentro con más de cien mil niños de primera comunión. 15 de octubre de 2005.























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