miércoles, 29 de marzo de 2017

Catecismo de la Iglesia Católica, Parte primera, sección primera, capítulo 2, artículo 3, 101-141

Catecismo de la Iglesia Católica, Parte primera, sección primera, capítulo 2, artículo 3, 101-141





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PRIMERA PARTE
LA PROFESIÓN DE LA FE

PRIMERA SECCIÓN
«CREO»-«CREEMOS»
CAPÍTULO SEGUNDO
DIOS AL ENCUENTRO DEL
HOMBRE

101 En la condescendencia de su
bondad, Dios, para revelarse a los hombres, les habla en palabras humanas: «La
palabra de Dios, expresada en lenguas humanas, se hace semejante al lenguaje
humano, como la Palabra del eterno Padre asumiendo nuestra débil condición
humana, se hizo semejante a los hombres» (DV
13).

102 A través de todas las palabras de
la sagrada Escritura, Dios dice sólo una palabra, su Verbo único, en quien él se
da a conocer en plenitud (cf. Hb 1,1-3):

«Recordad que es una misma Palabra de Dios la
que se extiende en todas las escrituras, que es un mismo Verbo que resuena en la
boca de todos los escritores sagrados, el que, siendo al comienzo Dios junto a
Dios, no necesita sílabas porque no está sometido al tiempo (San Agustín,
Enarratio in Psalmum,
103,4,1).

103 Por esta razón, la Iglesia ha
venerado siempre las divinas Escrituras como venera también el Cuerpo del Señor.
No cesa de presentar a los fieles el Pan de vida que se distribuye en la mesa de
la Palabra de Dios y del Cuerpo de Cristo (cf.

DV
21).

104 En la sagrada Escritura, la
Iglesia encuentra sin cesar su alimento y su fuerza (cf.

DV
24), porque, en ella, no recibe solamente una palabra humana, sino lo que
es realmente: la Palabra de Dios (cf. 1 Ts 2,13). «En los libros
sagrados, el Padre que está en el cielo sale amorosamente al encuentro de sus
hijos para conversar con ellos» (DV
21).

105 Dios es el autor de la Sagrada
Escritura
. «Las verdades reveladas por Dios, que se contienen y manifiestan
en la Sagrada Escritura, se consignaron por inspiración del Espíritu Santo».

«La santa madre Iglesia, según la fe de los
Apóstoles, reconoce que todos los libros del Antiguo y del Nuevo Testamento, con
todas sus partes, son sagrados y canónicos, en cuanto que, escritos por
inspiración del Espíritu Santo, tienen a Dios como autor, y como tales han sido
confiados a la Iglesia« (DV
11).

106 Dios ha inspirado a los autores
humanos de los libros sagrados
. «En la composición de los libros sagrados, Dios
se valió de hombres elegidos, que usaban de todas sus facultades y talentos; de
este modo, obrando Dios en ellos y por ellos, como verdaderos autores, pusieron
por escrito todo y sólo lo que Dios quería» (DV
11).

107 Los libros inspirados enseñan
la verdad
. «Como todo lo que afirman los hagiógrafos, o autores inspirados,
lo afirma el Espíritu Santo, se sigue que los libros sagrados enseñan
sólidamente, fielmente y sin error la verdad que Dios hizo consignar en dichos
libros para salvación nuestra» (DV
11).

108 Sin embargo, la fe cristiana no es una «religión del Libro». El
cristianismo es la religión de la «Palabra» de Dios, «no de un verbo escrito y
mudo, sino del Verbo encarnado y vivo» (San Bernardo de Claraval, Homilia
super missus est
, 4,11: PL 183, 86B). Para que las Escrituras no queden en
letra muerta, es preciso que Cristo, Palabra eterna del Dios vivo, por el
Espíritu Santo, nos abra el espíritu a la inteligencia de las mismas (cf. Lc
24, 45).
109 En la sagrada Escritura, Dios habla al hombre a la manera de los
hombres. Por tanto, para interpretar bien la Escritura, es preciso estar atento
a lo que los autores humanos quisieron verdaderamente afirmar y a lo que Dios
quiso manifestarnos mediante sus palabras (cf.


DV
12,1).
110 Para descubrir la intención de los autores sagrados es preciso
tener en cuenta las condiciones de su tiempo y de su cultura, los «géneros
literarios» usados en aquella época, las maneras de sentir, de hablar y de
narrar en aquel tiempo. «Pues la verdad se presenta y se enuncia de modo diverso
en obras de diversa índole histórica, en libros proféticos o poéticos, o en
otros géneros literarios» (DV
12,2).
111 Pero, dado que la sagrada Escritura es inspirada, hay otro principio
de la recta interpretación , no menos importante que el precedente, y sin el
cual la Escritura sería letra muerta: «La Escritura se ha de leer e interpretar
con el mismo Espíritu con que fue escrita» (DV
12,3).
El Concilio Vaticano II señala tres criterios para una interpretación de
la Escritura conforme al Espíritu que la inspiró (cf.


DV
12,3):
112 1. Prestar una gran atención «al contenido y a la unidad de toda
la Escritura
». En efecto, por muy diferentes que sean los libros que la
componen, la Escritura es una en razón de la unidad del designio de Dios , del
que Cristo Jesús es el centro y el corazón, abierto desde su Pascua (cf. Lc
24,25-27. 44-46).
«Por el corazón (cf. Sal 22,15) de Cristo se comprende la sagrada Escritura,
la cual
hace conocer el corazón de Cristo. Este corazón estaba cerrado antes de la
Pasión porque la Escritura era oscura. Pero la Escritura fue abierta después de
la Pasión, porque los que en adelante tienen inteligencia de ella consideran y
disciernen de qué manera deben ser interpretadas las profecías» (Santo Tomás de
Aquino, Expositio in Psalmos, 21,11).
113 2. Leer la Escritura en «la Tradición viva de toda la Iglesia».
Según un adagio de los Padres, Sacra Scriptura pincipalius est in corde
Ecclesiae quam in materialibus instrumentis scripta
(«La sagrada Escritura está
más en el corazón de la Iglesia que en la materialidad de los libros escritos»).
En efecto, la Iglesia encierra en su Tradición la memoria viva de la Palabra de
Dios, y el Espíritu Santo le da la interpretación espiritual de la Escritura
(...secundum spiritualem sensum quem Spiritus donat Ecclesiae [Orígenes,
Homiliae in Leviticum,
5,5]).
114 3. Estar atento «a la analogía de la fe» (cf. Rm 12, 6).
Por «analogía de la fe» entendemos la cohesión de las verdades de la fe entre sí
y en el proyecto total de la Revelación.
El sentido de la Escritura
115 Según una antigua tradición, se pueden distinguir dos sentidos
de la Escritura: el sentido literal y el sentido espiritual; este último se
subdivide en sentido alegórico, moral y anagógico. La concordancia profunda de
los cuatro sentidos asegura toda su riqueza a la lectura viva de la Escritura en
la Iglesia.
116 El sentido literal. Es el sentido significado por las palabras
de la Escritura y descubierto por la exégesis que sigue las reglas de la justa
interpretación. Omnes sensus (sc. sacrae Scripturae) fundentur super unum litteralem
sensum

(Santo Tomás de Aquino., S.Th., 1, q.1, a. 10, ad 1). Todos los sentidos de la
Sagrada Escritura se fundan sobre el sentido literal.
117 El sentido espiritual. Gracias a la unidad del designio de
Dios, no solamente el texto de la Escritura, sino también las realidades y los
acontecimientos de que habla pueden ser signos.

  1. El sentido alegórico. Podemos adquirir una
    comprensión más profunda de los acontecimientos reconociendo su
    significación en Cristo; así, el paso del mar Rojo es un signo de la
    victoria de Cristo y por ello del Bautismo (cf. 1 Cor 10, 2).

  2. El sentido moral. Los acontecimientos narrados en
    la Escritura pueden conducirnos a un obrar justo. Fueron escritos «para
    nuestra instrucción» (1 Cor 10, 11; cf. Hb 3-4,11).

  3. El sentido anagógico. Podemos ver
    realidades y
    acontecimientos en su significación eterna, que nos conduce (en
    griego: «anagoge») hacia nuestra Patria. Así, la Iglesia en la tierra es
    signo de
    la Jerusalén celeste (cf. Ap 21,1- 22,5).
118 Un dístico medieval resume la significación de los
cuatro sentidos:
"Littera gesta docet, quid credas allegoria,
Moralis quid
agas, quo tendas anagogia"

(La letra enseña los hechos,

la alegoría lo que has de creer,

el sentido moral lo que has de hacer,

y la anagogía a dónde has de tender).
(Agustín de Dacia, Rotulus pugillaris,
I: ed. A. Walz: Angelicum 6 (1929), 256)
119 «A los exegetas toca aplicar estas normas en su
trabajo para ir penetrando y exponiendo el sentido de la sagrada Escritura, de
modo que mediante un cuidadoso estudio pueda madurar el juicio de la Iglesia. Todo lo
dicho sobre la interpretación de la Escritura queda sometido al juicio
definitivo de la Iglesia, que recibió de Dios el encargo y el oficio de
conservar e interpretar la palabra de Dios» (DV
12,3):
Ego vero Evangelio non crederem, nisi me catholicae
Ecclesiae commoveret auctoritas (No creería en el Evangelio, si no me
moviera a ello la autoridad de la Iglesia católica)
(San Agustín, Contra epistulam Manichaei quam vocant
fundamenti
, 5,6).
120 La Tradición apostólica hizo discernir a la Iglesia
qué escritos constituyen la lista de los Libros Santos (cf.


DV
8,3). Esta lista integral es llamada «canon» de las Escrituras.
Comprende para el Antiguo Testamento 46 escritos (45 si se cuentan Jr y
Lm
como uno solo), y 27 para el Nuevo (cf. Decretum Damasi: DS 179;
Concilio de Florencia, año 1442: ibíd.,1334-1336; Concilio de Trento:
ibíd., 1501-1504):
Génesis, Éxodo, Levítico, Números, Deuteronomio, Josué,
Jueces, Rut, los dos libros de Samuel, los dos libros de los Reyes, los dos
libros de las Crónicas, Esdras y Nehemías, Tobías, Judit, Ester, los dos
libros de los Macabeos, Job, los Salmos, los Proverbios, el Eclesiastés, el
Cantar de los Cantares, la Sabiduría, el Eclesiástico, Isaías, Jeremías, las
Lamentaciones, Baruc, Ezequiel, Daniel, Oseas, Joel, Amós, Abdías, Jonás
Miqueas, Nahúm , Habacuc, Sofonías, Ageo, Zacarías, Malaquías para el
Antiguo Testamento;
los Evangelios de Mateo, de Marcos, de Lucas y de Juan, los
Hechos de los Apóstoles, las cartas de Pablo a los Romanos, la primera y
segunda a los Corintios, a los Gálatas, a los Efesios, a los Filipenses, a
los Colosenses, la primera y la segunda a los Tesalonicenses, la primera y
la segunda a Timoteo, a Tito, a Filemón, la carta a los Hebreos, la carta de
Santiago, la primera y la segunda de Pedro, las tres cartas de Juan, la
carta de Judas y el Apocalipsis para el Nuevo Testamento.
El Antiguo Testamento
121 El Antiguo Testamento es una parte de la sagrada
Escritura de la que no se puede prescindir. Sus libros son divinamente
inspirados y conservan un valor permanente (cf.


DV
14), porque la Antigua Alianza no ha sido revocada.
122 En efecto, «el fin principal de la economía del
Antiguo Testamento
era preparar la venida de Cristo, redentor universal». «Aunque contienen
elementos imperfectos y pasajeros», los libros del Antiguo Testamento dan
testimonio de toda la divina pedagogía del amor salvífico de Dios: «Contienen
enseñanzas sublimes sobre Dios y una sabiduría salvadora acerca de la vida del hombre,
encierran admirables tesoros de oración, y en ellos se esconden el misterio de nuestra salvación» (DV
15).
123 Los cristianos veneran el Antiguo Testamento como
verdadera Palabra de Dios. La Iglesia ha rechazado siempre vigorosamente la
idea de prescindir del Antiguo Testamento so pretexto de que el Nuevo lo
habría hecho caduco (marcionismo).
El Nuevo Testamento
124 «La palabra de Dios, que es fuerza de Dios para la
salvación del que cree, se encuentra y despliega su fuerza de modo
privilegiado en el Nuevo Testamento» (DV
17). Estos escritos nos ofrecen la verdad definitiva de la Revelación divina.
Su objeto central es Jesucristo, el Hijo de Dios encarnado, sus obras, sus
enseñanzas, su pasión y su glorificación, así como los comienzos de su Iglesia
bajo la acción del Espíritu Santo (cf.


DV
20).
125 Los Evangelios son el corazón de todas las
Escrituras «por ser el testimonio principal de la vida y doctrina de la
Palabra hecha carne, nuestro Salvador» (DV
18).
126 En la formación de los evangelios se pueden distinguir tres etapas:
1. La vida y la enseñanza de Jesús. La Iglesia
mantiene firmemente que los cuatro evangelios, «cuya historicidad afirma sin
vacilar, comunican fielmente lo que Jesús, Hijo de Dios, viviendo entre los
hombres, hizo y enseñó realmente para la salvación de ellos, hasta el día en
que fue levantado al cielo».
2. La tradición oral. «Los apóstoles ciertamente
después de la ascensión del Señor predicaron a sus oyentes lo que Él había
dicho y obrado, con aquella crecida inteligencia de que ellos gozaban,
instruidos y guiados por los acontecimientos gloriosos de Cristo y por la luz del
Espíritu de verdad».
3. Los evangelios escritos. «Los autores sagrados
escribieron los cuatro evangelios escogiendo algunas cosas de las muchas que
ya se transmitían de palabra o por escrito, sintetizando otras, o
explicándolas atendiendo a la situación de las Iglesias, conservando por fin
la forma de proclamación, de manera que siempre nos comunicaban la verdad
sincera acerca de Jesús» (DV
19).
127 El Evangelio cuadriforme ocupa en la Iglesia un
lugar único; de ello dan testimonio la veneración de que lo rodea la liturgia
y el atractivo incomparable que ha ejercido en todo tiempo sobre los santos:
«No hay ninguna doctrina que sea mejor, más preciosa y más
espléndida que el texto del Evangelio. Ved y retened lo que nuestro Señor y
Maestro, Cristo, ha enseñado mediante sus palabras y realizado mediante sus
obras» (Santa Cesárea Joven,  Epistula ad Richildam et Radegundem: SC 345, 480).
«Es sobre todo el Evangelio lo que me ocupa durante mis
oraciones; en él encuentro todo lo que es necesario a mi pobre alma. En él
descubro siempre nuevas luces, sentidos escondidos y misteriosos (Santa Teresa
del Niño Jesús, Manuscritos autobiográficos, París 1922, p. 268).
La unidad del Antiguo y del Nuevo Testamento
128 La Iglesia, ya en los tiempos apostólicos (cf. 1
Cor
10,6.11; Hb 10,1; 1 Pe 3,21), y después constantemente en su tradición,
esclareció la unidad del plan divino en los dos Testamentos gracias a la
tipología. Esta reconoce, en las obras de Dios en la Antigua Alianza,
prefiguraciones de lo que Dios realizó en la plenitud de los tiempos en la
persona de su Hijo encarnado.
129 Los cristianos, por tanto, leen el Antiguo
Testamento a la luz de Cristo muerto y resucitado. Esta lectura tipológica
manifiesta el contenido inagotable del Antiguo Testamento. Ella no debe hacer
olvidar que el Antiguo Testamento conserva su valor propio de revelación que
nuestro Señor mismo reafirmó (cf. Mc 12,29-31). Por otra parte, el Nuevo
Testamento exige ser leído también a la luz del Antiguo. La catequesis
cristiana primitiva recurrirá constantemente a él (cf. 1 Co 5,6-8;
10,1-11). Según un viejo adagio, el Nuevo Testamento está escondido en el
Antiguo, mientras que el Antiguo se hace manifiesto en el Nuevo: Novum in Vetere latet
et in Novo Vetus patet
(San Agustín, Quaestiones in Heptateuchum 2,73;
cf.


DV

16).
130 La tipología significa un dinamismo que se orienta
al cumplimiento del plan divino cuando «Dios sea todo en todo» (1 Co 15, 28).
Así la vocación de los patriarcas y el éxodo de Egipto, por ejemplo, no
pierden su valor propio en el plan de Dios por el hecho de que son al mismo
tiempo etapas intermedias.
131
«Es tan grande el poder y la fuerza de la Palabra de Dios, que constituye
sustento y vigor para la Iglesia, firmeza de fe para sus hijos, alimento del alma,
fuente límpida y perenne de vida espiritual» (DV
21). «Los fieles han de tener fácil acceso a la Sagrada Escritura» (DV
22).
132
«La sagrada Escritura debe ser como el alma de la sagrada teología. El ministerio de la palabra,
que incluye la predicación pastoral, la catequesis, toda la instrucción
cristiana y, en puesto privilegiado, la homilía, recibe de la palabra de la
Escritura alimento saludable y por ella da frutos de santidad» (DV
24).
133 La Iglesia «recomienda de modo especial e insistentemente a todos
los fieles [...] la lectura asidua de las divinas Escrituras para que adquieran
"la ciencia
suprema de Jesucristo» (Flp 3,8), «pues desconocer la Escritura es desconocer a
Cristo» (DV
25; cf. San Jerónimo, Commentarii in Isaiam, Prólogo: CCL 73, 1 [PL 24,
17]).
134
«Toda la Escritura divina es un libro y este libro es Cristo, porque toda
la Escritura divina habla de Cristo, y toda la Escritura divina se cumple en
Cristo» (Hugo de San Víctor,
De arca Noe 2,8: PL 176, 642C; cf. Ibíd.,
2,9: PL 176, 642-643).
135 «Las sagradas Escritura
contienen la Palabra de Dios y, porque están inspiradas, son realmente Palabra de
Dios» (
DV
24)
.
136 Dios es el autor de la sagrada Escritura
porque inspira a sus autores humanos: actúa en ellos y por ellos. Da así la
seguridad de que sus escritos enseñan sin error la verdad salvífica (cf.



DV
11).
137 La interpretación de las
Escrituras inspiradas debe estar sobre todo atenta a lo que Dios quiere revelar
por medio de los autores sagrados para nuestra salvación. «Lo que viene del
Espíritu sólo es plenamente percibido por la acción del Espíritu» (Cf Orígenes,

Homiliae in Exodum, 4,5).
138
La Iglesia recibe y venera como inspirados los cuarenta y seis libros del
Antiguo Testamento y los veintisiete del Nuevo
.
139
Los cuatro Evangelios ocupan un lugar central, pues su centro es Cristo Jesús.

140

La unidad de los dos Testamentos se deriva de la unidad del plan de Dios y
de su Revelación. El Antiguo Testamento prepara el Nuevo mientras que éste da
cumplimiento al Antiguo; los dos se esclarecen mutuamente; los dos son verdadera
Palabra de Dios.
141 «La Iglesia siempre ha
venerado la sagrada Escritura, como lo ha hecho con el Cuerpo de Cristo» (
DV
21): aquélla y éste alimentan y rigen toda la vida cristiana. «Para mis pies
antorcha es tu palabra, luz para mi sendero» (
Sal
119,105; cf.
Is
50,4)
.


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